Me dejaron dormitar gran parte del viaje, comiendo galletitas saladas en los intervalos que hacíamos cada tanto para orinar o dejar a alguno de los hombres en un campamento. Al final, cuando llegamos al puerto de Le Rochelle, sólo quedábamos Gavin y yo.
Nos despedimos con un fuerte abrazo, sin la promesa de volver a vernos, mientras que cada uno se embarcaba un barco diferente.
Tuve la suerte de que El Santa Rita fuera directamente a Guatemala, sin escalas. El simple hecho de pensar en volver a subir a un avión me volvía loca.
Salimos el siete de octubre y el viaje en alta mar duró otro largo mes y medio. Tuve la suerte de compartir camarote con otra mujer, siendo nosotras las únicas en todo el barco. Su nombre era Bianca y debía tener unos treinta y tantos años, no estaba muy segura ya que a ella no le gustaba hablar demasiado. Aun así, pude notar un anillo de compromiso en su mano izquierda y su postura cansada cuando creía que nadie la veía. Incluso algunas noches la oí sollozar en el catre superior, pero no hice nada para consolarla, de la misma forma que ella me dejó en paz cuando la soledad de la cama me golpeaba de repente.
Tuve mucho tiempo para pensar durante el viaje. Sobre todo, en cómo demonios me las iba a arreglar para excusar la repentina desaparición de Vincent. «Infeliz» solía pensar «Siempre dejándome los trapos sucios». Pensé en decirle la verdad a Miriam, pero era probable que le diera un paro cardíaco, y todos los problemas que eso llevaría.... ¿Y cómo conseguiría trabajo ahora? Todavía tenía que mantener un apartamento por mi cuenta y dudaba que Mercedes volviera a contratarme luego de las barbaridades que le había dicho; ¿me llegaría algún tipo de pensión de parte del gobierno estadounidense? Lo dudaba mucho.
Terminé decidiéndome por decirle a Miriam que la madre de Vincent estaba enferma y que él decidió quedarse un tiempo más en Estados Unidos para acompañar a su familia, y que regresaría tan pronto como ella mejorara. Si preguntaba por qué no me había quedado, le diría que la casa era pequeña, y no había lugar para mí, además de que no terminaba de caerle bien a su familia.
Esa afirmación me golpeó como un balde de agua fría. «¿Será verdad?» pensé «¿Cómo serán los padres de Vincent?» Estarían orgullosos de él a pesar de todo, de eso estaba segura. ¿Pero cómo les caería yo a mis futuros suegros? ¿Me aceptarían en su familia? Tal vez algún día, luego de hablar con Vincent, él tendría la fuerza de decirle la verdad a sus padres...
Desembarqué en Puerto Barrio la tarde del cuatro de noviembre y llegué casa al día siguiente. No me molesté en avisarle a nadie sobre mi llagada. Estaba tan cansada que lo único que quería hacer era llegar al apartamento y dormir una eternidad.
Fue extraño llegar a casa luego de pasar tres meses en el exterior. Las cartas se juntaban como un tapete debajo de la puerta, todos avisos de las deudas que teníamos; nada de Vincent, nada de Lucinda. El polvo había empezado a acumularse sobre los muebles y los platos, que nunca había llegado a guardar por nuestra apresurada salida, seguían sobre la encimera de la cocina. Había olor a humedad, pero no me molesté en abrir las ventanas; tan sólo dejé la maleta sobre la mesa, junto a unos cuantos papeles desordenados, me deshice de la última ropa limpia que llevaba puesta, me puse una de las camisas de Vince y me acosté a dormir.
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Desperté al mediodía del día siguiente. Me costó convencerme de que la presión en el pecho era innecesaria, que estaba a salvo en casa. Tanteé el lugar a mi derecha, buscando el cuerpo caliente y el origen del olor a colonia, pero pronto recordé que era producto de la camisa que llevaba puesta. Traté de no pensar demasiado en ello.
Me dediqué toda la tarde a hacer la limpieza con tal de mantener las manos ocupadas, y más tarde hice las compras con los ahorros que teníamos en un calcetín debajo de la cama. Busqué minuciosamente los micrófonos espías que Vincent había insinuado que teníamos, pero no encontré nada. Sin embargo, hallé un pequeño agujero que antes no estaba en una esquina del techo.
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Soulmate
RomanceGuatemala, mediados de 1943 En el auge de la Segunda Guerra Mundial y las migraciones mundiales, Ariadna Ramos debe compartir taxi con Vincent Lowell, un misterioso e insistente extranjero con dificultades con el español. A medida que su relación av...