II Un susurro del pasado

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—¡Casandra, estás tan hermosa! —exclamó la tía Bernarda, repartiéndole besos por doquier.

Habían pasado dos años desde la última vez que se vieron, nadie podía volverse hermosa en apenas ese tiempo, pensó Casandra, limpiándose la cara.

La tía era una mujer dulce y cariñosa, en eso se parecía a su madre, pese a que no eran parientes. Su perfume olía a rosas, así olían las mariposas. El maquillaje que usaba le dejaba la cara pegajosa. Volvió a limpiarse la mejilla, ya se la había dejado colorada de tanto frotarla.

Su madre y la tía se sentaron en la sala a charlar animadamente sobre cosas que no le interesaban, así que decidió pasear por la casa que visitaba por primera vez. Caminó por un largo pasillo y llegó a la cocina. Allí, una amable mujer le ofreció un jugo, que aceptó encantada.

—Es bueno verte después de tanto tiempo, Casandra.

Nuevamente se sintió en desventaja. A ella le parecía que era la primera vez que la veía, una señora mayor, de ojos redondos y mirar frío. Era como una cigarra.

—¿Nos conocemos?

—Claro, nos vimos en el funeral de tu padre. ¿No lo recuerdas? Soy Agustina.

La muchacha negó con la cabeza.

—Eso fue hace apenas dos años, no es tanto tiempo —reflexionó la joven.

—Es cierto, qué cabeza la mía. Ya sabes, para una vieja como yo, el tiempo corre más lento y me parece que hubieran pasado muchos más años —sonrió complacientemente.

Casandra la miró con atención y se retiró de la cocina, no muy convencida de su explicación.

Por la tarde, ya había llegado el resto de la familia y se reunieron en la terraza. Si bien Casandra conocía a la mayoría allí, se mantuvo alejada del ruido de sus conversaciones, concentrada en alguna idea que sólo ella sabía y que a nadie más le interesaba. Y a ella tampoco le importaba lo que los demás tuvieran que decir, menos si la saludaban con tanto fervor como la tía. Si se quedaba quieta y en silencio, nadie la vería, así hacían las polillas que se mimetizaban con los troncos de los árboles. Ella intentó mimetizarse con el muro del final.

Mimetizarse era aburrido. De sólo pensar que el matrimonio sería recién al día siguiente le daban ganas de bostezar. Ya se estaba durmiendo, así que se levantó para ir al baño.

Había estado bebiendo jugo desde que llegó. Sin preguntar por la ubicación del baño, rodeó la casa y entró por una puerta trasera que la llevó a la cocina. Siguió por un pasillo a la derecha, luego dobló a la izquierda y vio una puerta al final del pasillo frente a ella. No conocía la casa, pero sabía que el baño estaba tras esa puerta.

Se detuvo súbitamente al oír unos extraños sonidos provenir de un pasillo lateral. Asomó la cabeza, curiosa y vio a un hombre desconocido besando a una mujer. A la mujer sí la conocía, era su prima Calíope.

Los sonidos iban en aumento: besos apasionados y húmedos, risas, gemidos. Lo último que vio antes de salir corriendo fue al tipo subir la falda de su prima y acariciarle la entrepierna. Cruzó la puerta a la que iba y allí se encerró.

—¿Escuchaste eso? —preguntó Calíope—Alguien anda por ahí, oí unos pasos.

—Yo no escuché nada, debe ser que estás nerviosa —bajó con prisa su pantalón y, con nervios de acero, comenzó a penetrarla en pleno pasillo.

—Aaahhh...mmm... Sólo date prisa y acabemos pronto.

Para suerte de Casandra, el cuarto resultó ser efectivamente un baño y pudo liberar su urgencia, pero los sonidos seguían oyéndose, sucios gemidos que nadie debía oír porque eran privados. Terminó de orinar, se lavó las manos, humedeció sus mejillas enrojecidas, bajó la taoa del inodoro y se sentó, cubriéndose los oídos. Esperaría a que terminaran para salir.

Los sueños de CasandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora