XXII Cuentos de fantasmas

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Diego se dispuso a oír atentamente el relato de Aurora. Con sus palabras, confiaba en que los hilos de la madeja por fin se desenredaran.

La historia se remontaba a veintisiete años en el pasado y, como muchas, se trataba de una pareja de enamorados. Ellos llevaban juntos un buen tiempo y tan intenso era el vínculo que los unía que decidieron poner fecha para el matrimonio.

—Antonio y Bernarda eran una pareja perfecta y causaban la envidia de los demás. En esa época, todos estábamos de novios con nuestras actuales parejas, excepto Joaquín, que estaba soltero.

Ismael Domínguez, patriarca de la familia, hizo organizar una gran fiesta para celebrar que su primogénito contraería nupcias, comenzando, como la tradición mandaba, con una fastuosa despedida de soltero.

Las mujeres hicieron lo propio con Bernarda, aunque su festejo fue más parecido a una reunión de té, por idea de la novia.

—Sabíamos que los hombres tendrían una fiesta a lo grande, así que con Josefina y el resto de amistades, convencimos a Bernarda de escaparnos a la playa.

Así, las mujeres bailaron y bebieron junto a una fogata bajo las estrellas, bañadas por un cálido y tranquilo mar, mientras los hombres, en la hacienda familiar, disfrutaron del espectáculo de unas sensuales bailarinas exóticas. Ellas lucían sus prominentes curvas con soltura y decisión, cautivando a sus espectadores.

—Incluso mi padre estaba allí ¡Qué vergüenza! —decía Aurora, tapándose la cara.

Había tres bailarinas, que repartían sus atenciones entre todos los presentes y principalmente con el novio. Su semblante serio y desinteresado adquiría fuerza al contemplar a esas mujeres esforzándose por agradarlo.

Y complacerlo.

Eran para él meros objetos a obtener y no se comparaban en lo más mínimo a su futura esposa, que era una mujer decente; una dama, como dirían muchos. Sin embargo, eso no evitaba que se sintiera atraído por ellas, sobre todo por la rubia.

Tenía la mujer un cuerpo esbelto y estilizado, con sus encantos bien puestos. Una falda negra y corta cubría apenas sus nalgas, esas que Antonio no dudó en pellizcar en cuanto tuvo oportunidad, y un pequeño top de brillante cuero hacía lo propio con el busto. Los movimientos de cadera que ejecutaba al compás de la música resultaban hipnóticos, llenando de tórridas ensoñaciones a los hombres que la veían embobados.

Sin embargo y aunque suene poco creíble, lo que más los cautivó de esa mujer fueron sus ojos. Eran verdes como un cálido mar del caribe, aunque el color no era lo principal, sino su mirar. Ella tenía una mirada aguda, profunda, llena de sapiencia, que parecía no dejar nada al azar, como si supiera la respuesta a una pregunta que aún no había sido concebida.

—Era una chica lista, o eso parecía. Supongo que al final resultó ser más lista que todas nosotras.

Antonio fue el primero en dejarse seducir y, a diferencia de las demás, que sólo bailaban, ella estaba dispuesta a todo y lo demostró llevándoselo a un cuarto en el segundo piso. Allí, en un arrebato de excitación, todas las fantasías del hombre fueron cumplidas, sin reparos, sin tapujos; sin remordimientos. Al menos al principio.

Lo que pasaba en la despedida de solteros se quedaba en la despedida de solteros y él le había sido infiel a su futura esposa. No quería ser el único. Antonio se caracterizaba por ser un hombre meticuloso y calculador y ahora había dado un paso en falso y sus hermanos lo sabían. Debía recuperar la ventaja que irracionalmente creía perdida y, buscando el empate, convenció a los demás de enredarse también entre las piernas de la dispuesta bailarina.

Y ellos, ni tontos ni perezosos, accedieron con gusto a tal seductora oferta. El primero en ir fue Alfonso, que ya había intentado convencer a otra de las bailarinas, recibiendo un rotundo no por respuesta. Para nadie era secreto que el tercer hijo de la familia era un picaflor y lo que ocurrió en aquel cuarto del segundo piso fue sólo el anticipo de lo que tantas veces ocurriría a espaldas de su novia Josefina.

Le siguió el patriarca de la familia, de quien era bien sabido, Alfonso había heredado su pasión por las mujeres. La bailarina, que para él no era más que una chiquilla, fue paciente y se esmeró por atender los requerimientos del hombre, sin imaginar que se ayudaría de refuerzos químicos que dejaron su libido y potencia al mismo nivel que sus jóvenes hijos.

Cuando fue el turno de Joaquín, éste se negó. Venía saliendo de una reciente ruptura amorosa y su corazón se sentía frágil y dolido. La fiesta le serviría para distraerse, pero intimar con una desconocida era algo que estaba fuera de sus posibilidades. Sin embargo, la presión del resto de la familia y las burlas hacia su hombría lo llevaron con pesar al segundo piso.

Y a ver a esa mujer a los ojos.

Probablemente fue su corazón roto el que, estando vulnerable, permitió que aquella mujer, que aceptó sólo hablar con él, calara tan hondo. Las palabras dulces que le dedicó fueron como una colcha tibia que lo envolvió suavemente y con ternura. Jamás esperó algo así de una prostituta y supuso que era especial. Antes de dejar el cuarto para volver a la fiesta, ella lo besó.

En ese momento, Joaquín supo que jamás podría vivir sin esos besos.

—El matrimonio de mi hermano fue un evento maravilloso y ninguna imaginó lo que había ocurrido, hasta que noté la marca que Vicente tenía en el cuello. Unos cuantos gritos míos, junto con amenazas de terminar la relación y lo soltó todo.

Aurora se había enfadado, pero terminó aceptando que los hombres eran así: se alborotaban cuando una mujer se les ofrecía y no dejaban pasar la oportunidad de un buen revolcón sin compromisos.

—Todo pudo haberse convertido en una anécdota de la juventud, pero esa mujer no permitió que la olvidaran. Quizás le puso algo a los tragos, hizo alguna brujería o era muy buena en la cama. Como fuere, todos los que esa noche estuvieron con ella terminaron cautivados. Y de un modo u otro, esa zorra se las arregló para hacerlos caer en sus redes nuevamente.

Antonio ya estaba casado y, siendo listo y ambicioso como siempre había sido, comprendió perfectamente que la mujer era una caza fortunas y la sacó de su vida. No le permitiría arruinar la respetable familia que estaba formando.

—Mi padre también se dio cuenta y oí que le dio dinero para alejarse. Fue cuando todo quedó al descubierto y Bernarda y Josefina supieron de las infidelidades de sus esposos.

La bailarina desapareció del entorno de la familia Domínguez, convirtiéndose en un mal recuerdo. Los que estaban solteros se casaron, vinieron los hijos y, con ellos, la prosperidad de tiempos tranquilos y fecundos.

—Creímos que todo estaba bien, hasta que un día, hace diecinueve años atrás, ella regresó a nuestras vidas. Fue cuando descubrimos que nunca se había ido, que siempre estuvo rondándonos, como un fantasma. Aun ahora... Ella lo sigue haciendo. 

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Una mujer cautivadora es la punta del iceberg del secreto ¿Será ella la asesina?

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Los sueños de CasandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora