XVII Giro inesperado

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Casandra estaba recostada sobre un colchón. La manta que la cubría no lograba mantener caliente su cuerpo y fue el frío, que calaba sus huesos, quien la despertó.

Había alguien frente a ella.

—Buenos días, Casandra ¿Qué soñaste esta vez?

—¿Papá?

—No, Casandra. Soy tu doctor ¿Cómo te sientes?

Ella no contestó. Sus esfuerzos se concentraban en sentir su cuerpo. Le parecía que lo único que quedaba de él era su cabeza. Eso era lo único que quedaba fuera de la camisa de fuerza.

—Hay alguien que está muy preocupado por ti y quiere verte —le dijo el médico.

—¡Papá no, por favor, que no sea él!... Por favor...

—Tranquila, tranquila. No es él.

El doctor dejó entrar a Apolo.

El muchacho permaneció inmóvil, a pocos pasos de ella. Tendida en el acolchado piso, imposibilitada de moverse, llena de tranquilizantes que adormecían su conciencia, se había vuelto tan frágil, tan vulnerable y él sin poder protegerla ni menos salvarla de sí misma.

Impotente, la cogió y la abrazó fuertemente, sin pensar en el hombro que apenas había empezado a sanar. Era lo único que Apolo podía hacer, seguir amándola pese a todo.

Ella no pudo corresponderle, pero su sonrisa hacía lo que no lograban sus brazos.

—¡Sabía que vendrías, Apolo! Por favor, ayúdame... No debo estar aquí...

—Eso es lo que más quiero, pero no puedo. No estás bien, Cas. Aquí te ayudarán. Ellos... Ellos arreglarán lo que está mal contigo.

Unos finos ríos de lágrimas le corrieron a la joven por las pálidas mejillas. Apolo se apresuró a secarlas y aprovechó de acariciarle el rostro. Moría por besar sus labios resecos y fríos para que volvieran a sonreír. Sabía que eran observados por las cámaras de seguridad, quizás hasta incluso podían oírlos.

—Nada de lo que hagan servirá, Apolo, porque esto es un sueño...

—Entonces te ayudarán a despertar.

Aquello la sobresaltó. Anhelaba despertar y dejar de vivir en una ilusión, pero sabía que estar despierta sería mucho peor.

—Apolo... ¡Tienes que recordar esto!... Cuando estés despierto... cuando ambos lo estemos, por favor... ¡Por favor, recuérdalo!

La desesperación en su voz era abrumadora. El sufrimiento de su amada Casandra era insoportable. Temía haberla perdido para siempre.

—Lo haré Cas, lo prometo.

—No confíes en papá —dijo ella, con ojos demenciales—. No puedes confiar en él... pero sí puedes confiar en él, él nos ayudará... Diego nos ayudará, tienes que confiar en Diego... Apolo, por favor...

—¿Quién es Diego?

—Lo sabrás cuando estés despierto...

Una intenso ardor lo hizo abrir los ojos. Apolo seguía recostado en el viejo sillón y se clavaba un resorte en la espalda. Su torso desnudo estaba cruzado por unas vendas que aprisionaban sus costillas lastimadas. El corte había sido más abajo, eso era bueno. Y no era grave o ya estaría muerto. Estaba bien vivo, adolorido y ardiendo. Se tocó el paño húmedo que tenía en la frente, el policía le había quitado las esposas.

—Al fin despiertas. Ahora podremos seguir con nuestra conversación. —Diego atizaba el fuego de la chimenea.

Se hizo necesario encenderla cuando el desmayo de Apolo alargó la estadía de ambos allí. La casa no tenía ni vidrios en las ventanas y la temperatura había bajado bastante.

Los sueños de CasandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora