—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Apolo, sentándose en el muelle junto a Casandra.
Se había despertado sin ella a su lado. Todavía le costaba creer que su tía le hubiera permitido traerla de vacaciones.
—No lo sé... —Su voz se oía adormilada y neutra.
—Volvamos a la cama... es tarde —pidió.
Le rodeó la cintura y le besó un hombro. Llevaba un delgado pijama y la noche estaba muy fría.
—No lo sé... —repitió ella en idéntico tono al de antes.
—¿Estás despierta? —preguntó él con algo de diversión.
—No lo sé... —dijo ella.
Apolo dejó de reír.
—OK. Nos vamos a la cama —. La cogió del brazo y la levantó.
Tratar con Casandra cuando estaba sonámbula era como tratar con una muñeca de goma. La preocupación se mezclaba con algo de lujuria, no podía evitarlo. La recostó con suavidad en la cama. Ella permaneció inmóvil, con la vista fija en el techo de la habitación.
—¿Estás soñando ahora? —preguntó, recostándose junto a ella.
—No lo sé...
Apolo suspiró. De nada servía que hablara si siempre respondía lo mismo. Fue a la cocina por una cerveza fría. Llevaban cinco días en la casa del lago y durante tres noches seguidas Casandra había salido de paseo. Al menos esta vez no se había lanzado al lago. Creyó que le daría un infarto cuando la vio allí flotando, pero ella era una buena nadadora.
Y la amaba a pesar de todo. Siempre lo había hecho, desde la primera vez que la vio, y no le importaba pensar en cuántas noches en vela más tuviera que pasarse buscándola, la seguiría amando, a pesar de todo. Y la seguiría buscando.
—¡Mierda! —La lata de cerveza se le resbaló de la mano por la impresión, salpicándole las piernas y haciendo un charco de espuma en el piso.
Casandra había vuelto a levantarse y estaba parada junto a él, viéndole con unos ojos vacíos que parecían estar mirando a alguien más, en otra parte muy lejos de allí. Fue cuando se le ocurrió que quizás el problema era suyo; quizás no estaba haciendo las preguntas correctas.
—¿Dónde estás, Cas?
Si le respondía "No lo sé" creyó que enloquecería... Pero la seguiría amando.
—No lo sé...
Sintió un intenso picor en los ojos y un nudo que le estrangulaba la garganta. Supuso que comenzaría a llorar cuando ella volvió a hablar.
—...Está muy oscuro... Tengo miedo...
El inminente llanto fue eclipsado por una intensa angustia.
—¡Yo estoy aquí, Cas! ¡Yo estoy contigo! —Acunó con delicadeza el rostro entre sus manos, le besó la frente.
—Papá se fue...
La estrechó contra su pecho, aliviado. Era la tristeza por la reciente muerte de su padre lo que le impedía dormir en paz.
—Lo sé, Cas, pero no tengas miedo. Yo voy a cuidar de ti. Nunca voy a dejarte sola.
—Tienes que irte... Tú estás muerto...
—¿Qué?
—Tienes que quedarte muerto... Él no espera que llegues porque estás muerto...
Por un momento, pensó que no le hablaba a él.
—Por favor, Apolo... No lo olvides... —dijo, antes de cerrar los ojos y dormirse por completo sobre el hombro del aturdido joven.
~❀~
—¡¿Qué le pasa?! —gritó horrorizada Adela.
Aquiles se retorcía en el suelo, desesperado por la falta de aire.
—¡Se está asfixiando! —Josefina salió corriendo del comedor.
La mayoría no salía de su asombro. Fue Antonio quien lo cogió por las axilas y comenzó a presionar su puño con la otra mano bajo las costillas del muchacho, a fin de hacerlo escupir lo que había atorado en su garganta.
Aquiles manoteaba en el aire con desesperación y agitaba su cabeza en un incesante no.
—¡Papá, déjalo! —pidió Perseo, pensando que el joven deseaba alcanzar algo de la mesa.
En ese momento, con casi toda la familia hundida en la desesperación, Simón irrumpió en el comedor y, cogiendo un cuchillo de la mesa, avanzó hacia Aquiles. Le clavó la punta en la base del cuello.
Las mujeres gritaron y se cubrieron los ojos, oyendo una inhalación frenética y rasposa. El rostro de Aquiles comenzó a recuperar su color habitual y varios de los que lo veían, volvieron a respirar, incluído Alfonso, que se había mantenido estático en su puesto, sin lograr reaccionar.
Sentaron a Aquiles, que seguía rígido, con la cabeza inclinada ligeramente hacia atrás. Un fino hilo de sangre caía del pequeño agujero que le permitía seguir respirando, sibilantemente, como si con cada inhalación, su vida fuera llegando a su fin.
—¡¿Qué es lo que pasó?! —preguntó Orfeo.
Aquiles movió sus labios, pero ninguna palabra salió de ellos. A Antonio, que lo sujetaba de los hombros, viéndolo desde arriba, le recordó al boqueo de un pez que ha sido arrancado de su mundo acuático y se asfixia irremediablemente. Aquiles boqueaba como un pez moribundo y ríos de lágrimas caían de sus ojos.
—¡No están! —gritó Josefina, regresando al comedor.
Respiraba agitadamente y lloraba con expresión de terror, mostrando una pequeña caja plástica vacía.
—¡Las inyecciones para la alergia no están!
Aquiles siempre había sido muy meticuloso y jamás salía sin ellas. ¿Por qué llevar sólo la caja? No tenía sentido. Alguien las había sacado, alguien que quería arrebatarle a su amado hijo.
La caja se resbaló de sus manos y se desplomó frente a Aquiles, abrazándolo de la cintura, llorando contra el vientre que se movía cada vez más lento.
—¡Mi niño no, por favor!... No le ha hecho nada a nadie...
—¡Contrólate! —Antonio la apartó con fuerza y junto a Simón levantaron a Aquiles para llevarlo al hospital, siempre que la tormenta se los permitiera.
Josefina quiso acompañarlos, pero Antonio se lo impidió. Le habría gustado decirle a Alfonso que se encargara de calmar a su mujer, pero el hombre seguía estático en su puesto, con la mirada vacía como el perdedor que era. Se lo pidió a su esposa, quien abrazó la mujer para contener su llanto.
La comida seguía en la mesa, enfriándose, pero ya nadie pudo seguir comiendo.
—¿A qué es alérgico Aquiles? —preguntó Helena, limpiándose las lágrimas.
—A... A los frutos secos... —balbuceó entre llantos Josefina—. Agustina... Lo sabe...
Todos miraron acusadoramente a la mujer, que llegó al comedor debido a los gritos desesperados que oyó.
—Nada de lo que preparé tenía frutos secos —aseguró, con expresión temerosa.
No era la única en estar asustada. Los frutos secos pudieron llegar al plato de Aquiles por accidente, pero eso no aplicaba para la desaparición de las inyecciones. Alguien deliberadamente se había deshecho de ellas y sólo una persona, a parte de los presentes, sabía de su existencia.
Apolo, pensaron todos ellos.
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Aquiles parece haberse salvado.
Los mensajes dejados en el pasado por Casandra siguen apareciendo.
¡Gracias por leer!
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Los sueños de Casandra
Mystery / ThrillerCasandra tiene sueños; sueños oscuros y aterradores que no la dejan en paz. A veces cree que sueña cuando está despierta; otras sueña y no logra despertar. En el matrimonio de su prima, un espantoso crimen ocurre y la demencial escena guarda mucha...