XV Lo que ella vio

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Seis años atrás

—Toda la familia estará allí y no quiero que hagas una escena. —Advirtió Joaquín a su hija, conduciendo hacia la casa de Aurora.

Su hermana celebraría su cumpleaños con una gran fiesta, como ella acostumbraba. Toda la familia estaría reunida y muchas amistades influyentes invitadas. Ya se había pasado un buen tiempo apartado de ellos, no podía seguir haciéndolo, ni siquiera por Casandra y sus rarezas. Ella ya tenía dieciséis años, ya era hora de que empezara a comportarse.

Adela estaba preocupada. Ella conocía bien a su hija y un evento de tal magnitud, con tanta gente reunida, con tanto ruido y ajetreo no le haría nada bien. La muchacha no soportaba la música fuerte y tampoco estaba en las mejores condiciones. Cada vez eran más frecuentes las instancias en que confundía la realidad, sin saber si se hallaba despierta o dormida.

—Anoche aumenté la dosis de Temazepam como el doctor recomendó, pero no sé si haya sido buena idea —dijo Adela.

Los ojos de Casandra se cerraban pesadamente, para luego abrirse de golpe al menor ruido. Apenas y lograba mantener la cabeza erguida.

—Será mejor así —agregó Joaquín—. La acomodamos en un cuarto y no dará problemas.

Esas frías palabras le helaban el corazón. La distancia entre padre e hija no hacía más que aumentar. Era su única hija, por Dios, lo más importante en la vida de ambos. No podía reclamarle, en parte lo entendía, no por la frustración de que Casandra no fuera como las demás muchachas, ni por el estrés de tener que lidiar con su condición, sino porque la niña era un constante recordatorio de uno de los momentos más dolorosos de su vida.

—Casandra no se ve nada bien. —Comentó Aurora al verla.

Comparada con su hija Calíope o con Helena, rebozabantes de energía y alegría, la niña frente a sus ojos parecía una flor marchita, cuya vida se desvanecía inexorablemente.

—Vamos, querida. Te daremos un chocolate caliente con unas ricas galletas y te sentirás mejor.

—¡Ni se te ocurra darle dulces! —gritó Joaquín—. Tiene prohibido el azúcar, la pone hiperactiva y nerviosa.

Y así, sin dulces en una fiesta de cumpleaños, llevaron a Casandra a una habitación donde se durmió en cuanto puso su cabeza contra la almohada.

—Esos ya están discutiendo otra vez—murmuró Aurora.

Su hermano Alfonso venía llegando con su familia. La mala cara de él y su esposa fueron reemplazadas por radiantes sonrisas como por arte de magia.

—Después de lo que hizo Apolo, pensé que no vendrían —comentó Vicente.

Por mucho que habían intentado ocultar lo ocurrido, él se había enterado por un amigo en la fiscalía.

—¿Qué hizo ese chico ahora? —preguntó riendo Joaquín.

La rebeldía de Apolo le recordaba su propia juventud.

—Chocó su auto estando ebrio y quiso sobornar a la policía cuando lo detuvieron.

La sorpresa de quienes no estaban enterados fue evidente. El chico iba de mal en peor y tan amable que solía ser, pensaba Adela. Él iba muy seguido a visitar a Casandra y lamentaba que, abruptamente, se hubiera distanciado de ella. No lo había visto en más de un año. Ahora lo agradecía.

—Alfonso no es capaz de ponerle mano dura a ese chiquillo —comentó Antonio, incorporándose a la conversación—. Si fuera hijo mío, a la primera estupidez le habría dado una buena tunda y no le habrían quedado ganas ni de respirar sin mi permiso.

Los sueños de CasandraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora