Y, cuando despertó, todos murieron.
Había oído esa frase miles de veces a lo largo de mi infancia y hoy, que ya era casi un adolescente, seguía sin entenderla. Mi madre nos contaba a mi hermana y a mí por las noches un cuento, en él se mencionaba dicha frase. Dentro de él un alma en pena buscaba venganza, un yokâi, para ser exactos —seres de nuestro folclore japonés similares a los fantasmas—. Ella nos contaba que vagaba por las noches y mataba a quienes veía por las calles, así nos motivaba a dormir, para así no morir en la noche.
Ella siempre creyó en todos esos cuentos, principalmente porque mi abuela, ya difunta, se las contaba. Yo no compartía su entusiasmo, y siempre he pensado que simplemente es por las ganas de la gente en animar sus vidas. Aunque a día de hoy no pienso lo mismo agradezco, en gran medida, aquellos cuentos que me contaban a pesar de verlos absurdos.
Hacía poco que por fin me habían dado las vacaciones de verano y estaba entusiasmado, pues planeaba hacer muchas cosas. Sin embargo, mis padres tenían otros planes para mí. Resulta que tendrían este año todo el mes de agosto de vacaciones, por lo que planearon un viaje desde el día uno hasta el treinta. A primera vista, cualquiera se sentiría entusiasmado por irse de vacaciones un mes entero, pero yo no.
A lo largo de mis doce años siempre me había criado en la ciudad. En la prefectura de Saitama, Kanto, había mucha civilización donde ver, y más cuando vivías cerca de la capital. Así que el pueblo nunca me atrajo, me parecían aburridos y con poca cosa que hacer. ¿Cómo se entretenía la gente en aquellos lugares? Yo, personalmente, me habría sacado los ojos.
Por si fuera poco, en aquel momento, no sólo estaba preparando las maletas para irme a un pueblo, sino a una aldea. Lo cual era aún peor. Había entrado al instituto aquel año con nuevos compañeros, y yo quería causar buena impresión. ¿Qué iban a pensar de mí cuando les dijera a todos ese septiembre que no había hecho nada? Seguro que se reirían de mí. Al menos tenía a mi amiga Sakura.
Había tenido un poco de suerte en ese aspecto, era un hecho que iba a estar solo, además, mi hermana tenía siete años, tampoco iba a hacer gran cosa con ella. Incluso ni siquiera sabíamos si iba a haber niños de mi edad. Por ello conseguí convencer a mis padres de traer conmigo a mi amiga Sakura, incluso los suyos aceptaron.
En cierto modo me sentía un poco mal por arrastrarla conmigo hacia ese horrible infierno. Esperaba que eso no dañara nuestra amistad, porque le mentí un poco diciéndole que no sería tan pequeño. Pobre Sakura, amante de los pueblos. En serio, ¿cómo le podían gustar a la gente?
Así que, el uno de agosto, ahí estaba yo, esperando para irme a una aldea remota. El sol se alzaba en el cielo, no muy alto, pues seguía siendo temprano por la mañana. Mi hermana estaba sentada frente a la puerta de nuestro jardín, y yo estaba dándole la espalda a la calle, disfrutando de la última vez que vería mi casa. Deseaba con todas mis fuerzas quedarme allí, pero no podía ser.
De reojo miraba a mi padre, en el coche, con odio. Todo había sido culpa suya. Sus padres, es decir, mis abuelos paternos, vivían en una remota aldea de Iwate, en la región de Tôhoku. Por si fuera poco, me iba al norte de Japón. Además, esa región era de las menos habitadas y llenas de naturaleza. Estaba seguro de que me pasaría todo el mes evitando picaduras de bichos y ensuciándome.
—¿Seguro que le dijiste bien la hora a Sakura? —me preguntó mi madre. Una mujer cerca de la madurez me miraba, con ese pelo castaño suelto y fino, el cual yo había heredado. Sus ojos eran pequeños, pero imponían.
—Ya te he dicho mil veces que sí —respondí. Y era cierto, le dije que a las diez estuviera delante de casa, pero que no pasaba nada por si se retrasaba un poco. De Saitama a Iwate había unas seis horas y cuarto en coche, me había dicho mi padre. Yo esperaba estar allí a las siete de aquella tarde. Cuanto más tarde, mejor.
ESTÁS LEYENDO
La aldea de las desapariciones
Mystery / ThrillerLo último que esperaba Hikaru, al irse de vacaciones a una aldea perdida del norte de Japón, era encontrarse con una persona muerta. Como si de una trampa hecha por sus padres se tratara, Hikaru se ve obligado a visitar durante un mes Fubasa, una al...