Las siguientes noches me sorprendieron bastante, si he de ser sincero. Aquel pensamiento hirió mi orgullo y lo traspasó de golpe sin pestañear ni un segundo. Yo, que odiaba esa aldea con todas mis fuerzas, yo, que estaba convencido de que venir aquí no me traería ningún beneficio. Era el tercer día de agosto y estaba que me subía por las paredes del aburrimiento, por los días me agobiaba y el calor, y por las noches me dedicaba a ver las estrellas.
La caída del sol me la pasaba mirando al cielo que, para mí, era como mirar el de otro planeta. De donde yo provenía no se veían muchas estrellas, sí unas pocas, pero no demasiadas. Aquí, que no había ninguna luz salvo las de las casas, pude contemplar, por primera vez en mi vida, un inmenso mar blanco que bañaba el oscuro y negro cielo, siendo más blanco que de cualquier otro color.
—No sabía que había tantas estrellas —confesó Sakura, incrédula. Levantó el brazo y extendió su mano, como si así pudiera agarrar una y llevársela consigo.
Por primera vez pude entender el cuento que solía escuchar durante el Tanabata, de aquellos dos amados que utilizaban las estrellas como un puente para reunirse. Y es que, ante aquel cielo, podría formarse uno perfectamente. Antes de venir yo pensaba que apenas había estrellas por el cielo.
Fue el día anterior por la noche cuando, mientras mirábamos los tres niños las estrellas desde la puerta que daba al exterior de nuestra habitación, que mi madre entró y dijo:
—Hay un pueblo por aquí cerca que visitaremos mañana durante casi todo el día, así que a las doce listos todos.
—¿Está muy lejos, Yukiko-san? —le preguntó Sakura, con los ojos brillantes.
—Está por aquí cerca, pero ya veréis, os va a gustar. —Y cerró la puerta sin esperar a que dijéramos algo más. Como una táctica para que no nos negáramos.
—Lo que me gustará va a ser irme de aquí —contesté en cuanto dejé de escuchar sus pasos por el pasillo.
—En serio que me amargas, onii-kun. —Esta vez no fue Sakura quien habló, sino mi hermana. Meneó la cabeza, desesperada ante mi actitud.
Preferí ignorarla, porque en el fondo temía que ella tuviera razón, y claro, mi orgullo ya estaba sufriendo bastante sabiendo que este lugar era una pizca (pero sólo una pizca) mejor de lo que yo esperaba. Sakura puso una mirada de satisfacción, porque descubrió que no era la única que pensaba así.
Pasamos el resto de la noche, antes de irnos a dormir, preguntándonos como sería el pueblo. Supusimos que era más grande que la aldea de mis abuelos y que, por lo tanto, más entretenido. Pero no teníamos muchas esperanzas en que fuera muy grande, así que yo me la terminé imaginando con cuatro calles.
«Bueno, siempre será mejor que pasarse la tarde jugando nada más que a Nintendo y dando carreras de un sitio para otro», pensé, antes de cerrar los ojos y dormirme.
—Ohinko, se llama Ohinko, pesado —me contestó mi madre aquella mañana, con una sonrisa traviesa en la boca, tras repetirle la misma pregunta varias veces.
Estábamos en la cocina al final del pasillo, a mano derecha. Era pequeña y lo único que tenía de decoración era una mesa rectangular y de cristal en el centro con cinco sillas alrededor. También tenía (y no sabía por qué) una cortina delante de la puerta. Había una encimera, con los fogones para cocinar y armarios. A la izquierda estaba la nevera. Incluso creía que era la única habitación de la casa con ventana.
—¿Pero está muy lejos?
—¿Tú recuerdas una cuesta que había antes de entrar al pueblo? —Asentí con la cabeza—. Pues por ahí.
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La aldea de las desapariciones
Mystery / ThrillerLo último que esperaba Hikaru, al irse de vacaciones a una aldea perdida del norte de Japón, era encontrarse con una persona muerta. Como si de una trampa hecha por sus padres se tratara, Hikaru se ve obligado a visitar durante un mes Fubasa, una al...