Ante mis ojos un cementerio anónimo se alzaba y yo solo tenía ojos para el final, para mi hermana. La duda jugaba con mi corazón y, como si se hubiera cansado del espectáculo que estaba creando, Aika posó sus pies en el suelo y lo mismo hizo con sus ojos, en este caso hacia mí. El odio me crecía por las entrañas, se preparaba a fuego lento, pero necesitaba más ingredientes para que la receta estuviera lista.
Después contemplé a Akira una segunda vez; hacerlo me hacía daño. ¿Estaba viva o muerta? Si, tras todo mi esfuerzo y condenar a mis amigos, había perdido a mi hermana, me sentaría mal. De hecho yo ya nos había sentenciado: el fuego se acercaba y no había forma de escapar. De milagro estábamos casi ilesos de la caída, pero ya no podíamos subir de lo inclinada que estaba la pendiente.
Kazuo tenía razón: a los muertos había que dejarlos. Tocar la oscura leyenda que bañaba Fubasa fue el mayor error de mi vida. Después miré a Sakura, ella estaba empapada de sudor y jadeante, los brazos le temblaban tanto que me ponía nervioso solo de verlos. Su pelo estaba recogido en una coleta maltratada y con varios cabellos sueltos. Me gustaba verla sufrir. Mi primer pensamiento fue estirarle del pelo. «Jódete, bruja», pasó por mi mente.
Si yo había hecho que mis amigos entraran en el bosque Hotaru, Sakura fue quien empezó todo. ¿Por qué nunca me hacía caso? ¿Por qué pasaba de lo que yo quería para hacer lo que ella tenía planeado? Fue ese el instante en el que me di cuenta de que nada se podía hacer tan a la ligera como ella pensaba. «Yo os habré traído, pero si morimos es tu culpa, bruja».
—¿Está viva? —grité, pareció que se lo pregunté al bosque, pero lo hice a la muerta que acariciaba a mi hermana, silenciosa, esperando a que las marionetas con las que jugaba dieran el siguiente paso.
Aika levitó por el aire de nuevo, voló sobre los cuerpos que yacían sin vida y respondió:
—Sí.
Casi me costaba creer que ella fuera la niña que había visto en la escuela, tan amable conmigo, y lo único que hacía era mentirme.
Un chillido se oyó de repente, me sobresalté y llevé las manos hacia mi pecho. No hubo palabras en aquel sonido. Mitsuki, con la cara roja y muy seria, señalaba dos cuerpos. Lo sé porque los vi de reojo, no me veía capaz de mirar yo también o sabía que me pondría a llorar ahí mismo. Lo hice.
Aquel hombre cuyo nombre era Takeshi estaba tumbado junto a una mujer, su rostro daba pavor: estaba contraído y horrorizado. Nunca supe cómo murió, y me alegro de ello, más aún de no haberme acercado al cadáver, que estaba empezando a descomponerse y olía muy mal. Nunca me imaginé, cuando lo conocí, que la última vez que lo vería fuera así.
Kazuo empezó a llorar, después fui yo. ¿Y si terminábamos igual? Yo no quería acabar así, era todavía muy joven para hacerlo, pero no sólo eso, me imaginaba perdido en un lugar en el que nadie me encontraría y en el que sería devorado por las llamas.
La culpa volvió, porque debí haberme estado quieto, pero también sabía que, de haberlo hecho, me sentiría mal por dejar a mi hermana allí. De todas formas, ¿qué más daba? El resultado sería el mismo. Estaba cansado, con la mente demasiado agotada para pensar. Yo era un miserable.
Deseaba morir, era la única forma de acabar con todo.
—Eh —pronunció Aika, seguido de varios sonidos vocálicos—, una cosa.
Me giré hacia ella, yo era una bomba que ya había explotado y ella había recibido el impacto directo. Todo lo que yo mismo había aprendido sobre dejar a los fantasmas en paz lo olvidé. Fue como si ya no me importase destrozar un jardín de rosas que había plantado, incluso aunque sabía que me harían daño con sus pinchos.
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La aldea de las desapariciones
Mystery / ThrillerLo último que esperaba Hikaru, al irse de vacaciones a una aldea perdida del norte de Japón, era encontrarse con una persona muerta. Como si de una trampa hecha por sus padres se tratara, Hikaru se ve obligado a visitar durante un mes Fubasa, una al...