12. Cenizas que el fuego dejó

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Desperté con un sabor extraño en la boca. Era amargo, suave en el paladar. En los labios se notaba fuerte, de ahí era el origen. Un techo conocido. Las vigas colgaban, de madera, más allá de ellas todavía se divisaba oscuro; la tenue luz no alcanzaba tan alto. Ya había estado en aquel templo: el único de la aldea Fubasa. Sentí paz, aunque no podía sentir otra cosa. A pesar de intentar moverme, tensarme o cualquier otra acción que requiriera de mucho movimiento o nerviosismo no parecía conseguirlo.

A mi lado estaban también los demás, incluso Akira. La miré mientras dormía: su pecho subía y bajaba. Seguía viva. Repetí la frase hasta que la creí. Los huesos se le notaban un poco más de lo habitual, ligeros rasguños se veían en su piel, nada importante. El resto también los teníamos, la diferencia era que los suyos estaban más cicatrizados.

Kazuo despertó después que yo. Nuestras miradas se cruzaron. Se le distinguía igual (o más) de relajado. Los ojos apenas podía abrirlos y debo admitir que me pareció más horrible que nunca. Estaba blanco, su expresión no denotaba en absoluto vida, el pelo estaba revuelto, como si un remolino hubiera pasado por su cabeza. Dio un suspiro, flojo, luego me analizó. Después fue al resto. Mitsuki acababa de levantarse, estiró los brazos, cualquiera diría que acababa de echarse una buena siesta. Se saboreó los labios, dejó escapar un sonido de satisfacción.

Cuando Sakura abrió los ojos, se llevó las manos hacia ellos. Se la veía disfrutar. Bueno, yo también lo estaba haciendo. Fue un sueño profundo, comparable al de la anestesia. Reparador, que me dio toda la energía que necesitaba y esa calma que, durante días, no había tenido. No organicé bien mis ideas, todavía no, la calma absoluta me hacía pensar que todo lo malo era una tontería y que era mejor apartarlo. Sentí ese gozo que había dentro de mí.

—¿Dónde..., estamos? —preguntó Kazuo, con voz adormilada.

Hubo unos segundos desde que él habló hasta que yo decidí responderle.

—En el templo.

—¿Qué templo?

—El de Fubasa.

Eso pareció aliviarles. No hubo más plática entre nosotros. Nos encontrábamos lo suficientemente adormilados como para no ser capaces de hacer algo que no fuera estar sentados en el suelo. Me sorprendió que no estuviera incómodo, ni que hubiera despertado con molestias. ¿Cómo habíamos llegado hasta ahí?

Akira tardó en levantarse. Su despertar me resultó dulce, un soplo de aire fresco. Me habían devuelto a mi hermana, viva, no me preocupé por si presentaba alguna dolencia. Tampoco caí en eso. Lo hizo como todos, con un cansancio más notorio que el resto, pero sin quejarse ni hablar.

Creo que tardamos unos minutos en espabilarnos por completo. Fue progresivo, noté que las emociones como nerviosismo o una enorme alteración se iban haciendo paso en mí. También tuve la oportunidad de experimentar otras sensaciones, como alegría por ver a Akira, lo que reprimió mis pensamientos iniciales.

—¿Estamos en el templo? —preguntó Sakura, que no salía de su asombro.

Los pueblerinos de Fubasa nos lo confirmaron, para luego prestarle más atención a Akira. Ella insistió en que estaba bien, la única pega era que sentía un hambre atroz, de esos que te provocaban dolor de estómago. Al tocarla noté sus huesos, tenía una piel muy fina y empezaba a sospechar que se podría haber muerto de hambre. Le dijimos si tenía alguna molestia más, pero lo negó.

También lo hizo cuando le preguntamos si recordaba algo. Dijo que nada, no fue consciente de que se había pasado cinco días en un bosque, apenas sabía quién era Aika. Por la noche una niña le despertó, le dijo que estaba asustada. No mencionó que le diera muchas más explicaciones, sin más ella la siguió y, llegado un punto, todos sus recuerdos se borraron. No le contamos nada más, cuando ella mostró interés por cómo habíamos llegado hasta aquí nadie respondió.

La aldea de las desaparicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora