3. Una aldea, una sospecha

188 21 133
                                    

El sexto día de mi estancia en Fubasa, al despertar, pensaba que sería un día aburrido como otro cualquiera. Mi séptimo día en la aldea, al despertar, sabía que en aquel lugar había muchas mentiras escondidas bajo la alfombra. Pero ya estoy adelantando acontecimientos.

La aldea estaba delimitada por los bosques, rodeada por ellos, con árboles cuya especie desconocía. Eran característicos por ser altos, con una forma cónica y hojas tan finas que a veces se me clavaban en la piel. Había de diversas variedades de árboles, pero todas se presentaban casi igual. No era de extrañar, al estar en una cordillera de montañas muy altas por aquí siempre nevaba en invierno (me habían dicho mis abuelos).

Ese día decidimos salir por la aldea a encontrar aquel edificio, ya no porque no los dijeran esos niños estúpidos, sino por la reacción de mi abuelo. Él mismo se había delatado con su actitud, lo que nos hizo sospechar. ¿Por qué tanto interés en ocultar un edificio antiguo?

Por lo general, en Iwate los veranos no eran calurosos, apenas llegando a los treinta grados. Aquel año fue insoportable, como apenas llovía y estaba todo seco las temperaturas se dispararon. Así que, cuando salimos aquella tarde yo me quería morir y Sakura tenía cara de asco y emoción a partes iguales.

Lo más característico de la aldea era el río que la dividía en izquierda y derecha. En el otro lado estaban las pocas cosas interesantes de la aldea: la plaza (también conocida como el centro), un parque y la entrada, además de la mayoría de viviendas. En nuestro lado simplemente estaba el bosque y el templo, y también la zona sur que era más reciente.

Decidimos ir primero allí, pues era la más pequeña y sería más fácil de rastrear. Era alargada, había un par de casas modernas, incluso con jardines muy cuidados. Había un estrecho por el que se entraba, y era evidente que allí habían existido muchos árboles hasta hacía poco, pues todavía se conservaban algunos tocones.

Nos acercábamos a cada casa, mirando entre sus jardines por si había alguien a quien preguntar. En la última pudimos ver a un hombre, que a comparación con el resto de habitantes que habíamos visto parecía joven, seguramente tendría unos treinta años. Él nos miró, curioso.

—Buenos días, una pregunta —dijo Sakura, mirando alrededor como si anduviera perdida. Para esas alturas todos en la aldea sabían que estábamos pasando el verano allí—. ¿Sabe si por aquí antes había algún edificio viejo?

Él ladeó la cabeza y se acercó al borde para atendernos mejor.

—Que yo sepa en esta zona es todo nuevo. —Ver un tono de voz neutral y tranquilo, con una cara de mostraba más interés que una furia, me relajó bastante.

La valla que cubría su jardín no era más de metro y medio de alto, que era más o menos lo que nosotros medíamos, también tenía unos huecos por los que nosotros nos asomábamos. O mejor dicho yo, porque Sakura la había escalado y estaba apoyando sus brazos sobre ella.

—¿Ni en ninguna otra parte del pueblo? ¿O sabe si han vuelto a hacer un edificio viejo en otro nuevo? —Sakura intentaba sonsacar algo de información y yo sabía que iba a intentar presionar un poco.

—Tampoco, estas casas sé seguro que no, que son todas nuevas, el resto ya no lo sé. —Él se encogió de hombros y se giró sobre sí mismo para volver a atender aquello que estaba haciendo—. De todas formas, tampoco llevo mucho tiempo aquí.

Tachamos esa área y seguimos buscando en dirección a la plaza. Cuando llegamos al puente que había más abajo del río, pudimos oír el agua correr con velocidad, estaba tan limpia y clara que pudimos ver el fondo; lleno de piedras en el suelo y alguna que otra planta. Los peces nadaban en contra de la corriente, como en una lucha contra esta.

La aldea de las desaparicionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora