Recuerdos que atormentan

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Román descansaba en la casa parroquial. Era de noche. Se hallaba  en el dormitorio que estaba en el segundo piso. Acostado en su cama, recordaba algunos pasajes de su vida, como aquel domingo justo al terminar de oficiar misa llegó su hermano Rodrigo acompañado de Alicia: era la primera vez que la veía después de abandonarla.
—Hija. El es tu tío, el sacerdote. ¡Saludalo!— dijo Rodrigo.
   La niña se acercó a saludarlo y le dio un beso en la mejilla. Román la miró fijamente y se quedó callado por un momento, el beso que sintió le tocó la fibra sensible, una que desconocía.
—¿Cuantos años tienes Alicia?— le pregunto Román.
—Tengo nueve años— contesto ella
—¿Y como te portas?— preguntó de nuevo el sacerdote.
—¡Bien! Yo soy una niña muy bien portada— contesto Alicia
—¡Qué bueno! Me alegra saberlo.— dijo Román.
   En ese momento se acercó Tomas, el sacristán que había tenido antes de Alberto.
—Tomás— dijo el sacerdote—. Tráeme por favor un catecismo, quiero regalárselo a mi sobrina.
—Esta bien padre. Solo dígame dónde está— dijo Tomás
—¿Cómo en donde Bruto?— preguntó molesto el cura—. ¿En donde más? En la sacristía.
   Tomás fue a la sacristía y busco en un librero. Entro con facilidad al catecismo, pero al estar ahí pensó en buscar algo más... Dinero; sabía que el padre ahí lo guardaba. "¿En donde estará?", Se preguntó el ambicioso ayudante del sacerdote. Se acercó al escritorio y vio que uno de los cajones del escritorio estaba abierto; lo abrió rápidamente y comenzó a buscar.
   Siento decepción de mi hallarlo, pero vio una foto que le llamó la atención; era Alicia. Comenzó a revisar los documentos que se encontraban en ese cajón y solo encontró dos fotografías más de la niña, una de cuando era bebé y una reciente. "¿Su sobrina?, ¡Cómo no! Ella debe ser su hija, si tienen un gran parecido en el físico", pensó. Tomás salió de la sacristía sin dinero, pero consciente de lo que había encontrado algo mejor que la misma plata; un secreto con el cual podría chantajear al sacerdote. Tomás regreso con el sacerdote y le entrego el catecismo.
—¿Porque tardaste tanto?— preguntó Román.
—Es que no lo encontraba— respondió Tomás
—¡Pues que inútil eres! Anda, vete ya— dijo el padre.
Cuando el sacerdote tuvo el libro en sus manos, se lo entrego a Alicia
—¡Toma!— le dijo el sacerdote—. Para que empieces a instruirte en nuestra religión.
   La niña tomo el catecismo y comenzó a hojearlo con interés. Román se despidió de ellos —no quería levantar sospechas entre sus feligreses— y abrazo a su hermano. Cuando regreso a la sacristía, encontró a Tomás muy sentado sobre el escritorio con una sonrisa burlona.
—¿Qué haces aquí? Pensé que ya te habías ido a tu casa— le dijo el padre Román con indiferencia.
—No, lo estaba esperando— contesto Tomás—. Digamos que quiero hacer negocio con usted.
—¿De qué hablas?— preguntó extrañado Román
—¡De esto!— dijo Tomás mostrándole una carta escrita a mano
—¡¿De donde sacaste eso?!— preguntó asombrado el padre.
—De ahí— dijo Tomás señalando el escritorio—. ¡Caray padre! No deje ese tipo de información en un escritorio sin llave!
   El padre Román recordó entonces que se le había olvidado cerrar el cajón con la lleve porque había tenido que contestar una llamada.
—¿De que estás hablando?— preguntó el sacerdote fingiendo extrañeza
—¿De que? No se haga el tonto, de que usted tiene una hija— dijo Tomás—, que Alicia no es su sobrina, ¡Sino su hija! Así que dígame cuándo cree que cueste un secreto de ese tamaño.
—¡Lárgate! ¡No me dejaré chantajear por ti! ¡¿Cómo es posible que tú intentes chantajearme con esto?!— preguntó el padre Román.
—Pues, digamos que necesito un poco del dinero que usted recibe en las limosnas. He visto como se aguarda buena parte para sus gustos personales— dijo Tomás.
—¡Lárgate! ¡Diré que eres un vulgar ladrón! Nadie te creerá si tratas de difamarme.
—Bueno, eso ya lo veremos, pero no sé ponga así. No le pido mucho, dele tres mil pesos cada quince días. Usted sabe que sale de la charola.
—¡Está bien! Creo que me tienes en tus manos— dijo Román—m te daré mucho dinero para que aquí no regreses. Diré que te has ido de vacaciones
—¡Eso me agrada! Tendré unas vacaciones con todos los gastos pagados— dijo cínicamente Tomás
—Ven en ocho días, así podré juntarte una buena cantidad de dinero— le pidió el sacerdote
—Muy bien padre, sabía que usted era un hombre inteligente. Entonces, nos vos pronto.
   Tomás salió de la sacristía con una gran sonrisa, convencido de que había cerrado un gran negocio; en cambio, Román estaba hecho un manojo de nervios. Al quedarse solo cerró la puerta con llave. Se dirigió al escritorio y tomo el teléfono para hacer una llamada.
—Necesito pedirte un favor.... Que te deshagas de alguien que me está molestando— dijo Román
—¿Tal y como lo hice con la monja?— se escuchó a través de la bocina
—¡Igual! ¡Tiene que parecer un accidente!— señaló el sacerdote
—Esta bien, no te preocupes. Dame tres días para hacerlo— contesto el misterioso hombre del teléfono. 
   Después de realizar esa llamada y del lapso que le dio el sicario, la tranquilidad volvió a la vida del padre Román; el único problema que tenía en ese momento era conseguir un nuevo sacristán.
—Mire padre— dijo doña Teresa acompañada de un hombre joven—. Le presento a mi hermano Alberto, el puede ser el nuevo sacristán
—Esta bien hija— contesto el padre—. ¿Tu respondes por el?
—¡Claro padre!— contesto la mujer—. Es un hombre honrado
—Esta bien, ojalá tú seas un buen sacristán tal como lo fue Tomás— dio Román— ¡Lastima! Al pobre lo mataron al resistirse a ser asaltado
—Pobre Tomás, si el nunca traía dinero— dijo doña Teresa
—Quiza por eso mismo lo mataron— dijo el padre—. Quizá el ladrón creyó que Tomás no quiso darle nada. ¡Bueno! Que Dios lo tenga en su gloria.
    El padre Román recordaba como si hubiese sido ayer; sin embargo ya había pasado algunos años y no por ello dejaba de sentirse culpable. "Tomás, ¡Perdoname! No quise hacerlo, tú me obligaste. Sofía, ¡No debí enamorarte!"

Horas más tarde Rodrigo regreso a casa. Eran las tres de la madrugada. Abrió la puerta de su habitación con cuidado, no quería despertar a su esposa, pero cuando entró vio que ella seguía despierta.
—¡¿Qué haces despierta?!— preguntó Rodrigo con sorpresa—. Te dije que no me esperaras.
—¡La monja estuvo aquí!— dijo Raquel.
—¿De qué hablas?— preguntó Rodrigo
—La madre de Alicia— contesto Raquel
—¿Qué has dicho? ¡Debes estar loca!— dijo Rodrigo sorprendido
—¡La vi! ¿Entienden ¡La vi! Me dijo que le robe a su hija— contesto Raquel
—¡Creo has enloquecido! ¡Eso no puede ser cierto!— expresó Rodrigo
—¡¿Porque no me crees?!— le pregunto Raquel.
—Porque la madre de Alicia está viva— dijo Rodrigo—. Le pregunté a mi hermano y me dijo que ella fue enviada de misionera a África
—¡Pues te juro que la vi!— dijo Raquel
—Pues quizá te la imaginaste. ¡Vamos a dormir! Mañana estarás más tranquila
    Al ver como su marido no le creyó, Raquel no insistió más; tal vez el tenía razón, ella estaba enloqueciendo. Durante el transcurso de la madrugada no ocurrió nada anómalo! Sin embargo, Raquel no podía conciliar el sueño. Estaba aterrada por lo que había pasado; sabía que algo terrible estaba por suceder, lo presentía.

Alicia La Hija Del Pecado [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora