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Estaba en la ducha. Las gotas recorrían su cuerpo poco a poco y acaban en el desagüe, pasando por sus pies. Cada gota era un placer para ella.

Antes de entrar en la ducha, puso su Iphone 5S de un color blanco en la tapadera de el cesto de la ropa sucia, y mientras se desvestía, puso su música para los momentos de relax. Le dio a el botón de aleatorio y sonó Black Beauty. Era una canción relajada y lenta. Cuando apartó la cortina de color vainilla, con algunos encajes que dejaba ver una bañera de un tono más o menos parecido, decidió que no se mojaría su cabello pelirrojo. Era de un rojo especial, según le habían dicho. Un rojo burdeos. Cualquier persona con poca idea a cerca de los colores hubiera pensado que era de un marrón oscuro, pero no. Era rojo. Puso la alcachofa en la parte correspondiente situada en la parte superior, y el agua comenzó a bañarla. Se mojó un poco el pelo, y decidió que le daba igual, así que se lo mojó al completo. Las gotas caían en su cabeza, cálidas, acaudaladas y placenteras. Era una sensación especial, y más en el invierno perpetuo en el que vivía.

Una casita en medio de un bosque en Dios sabe dónde, sin apenas vecinos. Las enredaderas arañaban levemente la ventana del servicio, en la segunda planta. Sus brazos verdes se extendían por la parte baja de la ventana. Aquel panorama era perfecto. La música tranquila de Lana del Rey sonaba a sus anchas en la habitación, que comenzaba a llenarse de un vapor intenso. Cantó un poco de aquella canción, pero no le gustaba cantar, prefería escuchar.

Escuchar como las gotas caían mientras escuchaba aquella canción lenta y purificadora le ayudaba. La letra hablaba de que la vida es hermosa, pero que hay una persona que no lo quiere ver. Aquello le recordó a un novio que tuvo hace algún tiempo. Su único novio hasta la fecha. No había tenido más parejas, debido a que no superó lo de él. Cuando ya tuvo sus finos dedos arrugados a causa de el tiempo que había estado metida en la ducha, decidió que ya era suficiente.

Habían sonado otras canciones, pero ninguna que consiguiera tal efecto de relajación en ella como la primera. La voz de aquella mujer le gustaba, además de los sentimientos que transmitía.

Salió de la ducha y puso sus pies en la alfombra del baño que tenía, mojándola. Cogió una toalla de un color blanco roto para tapar y secar el torso de su cuerpo, y otra para ponérsela a modo de turbante en su cabeza para secar sus cabellos. Le quedaron algunos pelillos sueltos, que goteaban de vez en cuando, y le caían en sus hombros, deslizándose por su espalda. Alertaba de esto de vez en cuando, pero se repetía que simplemente eran gotas.

Abrió la ventana para que se fuera el vapor, y vio la noche en todo su esplendor. Vegetación. Árboles con copas tan altas como un edificio. El espeso vapor que había en aquella habitación se diluyó un poco gracias a la ventana abierta. No de par en par, ya que era invierno, levemente abierta. En frente estaba su cuarto.

Cogió su móvil, y lo manchó levemente de agua. Paró la música y fue a su habitación. Antes de salir del cuarto de baño se puso unas zapatillas de estar por casa. Las gotas siguieron cayendo en sus hombros, pocas. Pasó a su cuarto, y comenzó a ponerse el pijama para dormir. Una camiseta de mangas largas bastante gorda y holgada; y unos pantalones igualmente cálidos, de una azul como el cielo en una mañana de verano.

Fue al baño, a cerrar la ventana. Apagó la luz de el cuarto de baño y volvió. Era simplemente una cama de matrimonio en medio de la habitación, una ventana bastante grande, la cual llegaba hasta el suelo. Unas cortinas del mismo tamaño y blancas como perlas se encontraban tras ellas, en la habitación de la chica. La pálida luz de la luna se filtraba levemente a través de ellas, facilitando su visión del dormitorio. Tras la ventana había un pequeño balcón, con una mesa y silla de color negra, y terminaciones retorcidas. Una mesilla de noche se encontraba a un lado de la cama, y otra en el lado opuesto. Tenían cosas normales. Tales como: Un despertador, un libro, sus gafas para leer...

Se metió en la cama, y cuando estuvo dentro pudo ver como las cortinas se movían levemente. Un movimiento tímido, que no podía ser real. La gran ventana estaba cerrada y no entraba aire.

«No es nada» —se dijo Amy.

Realmente, no podría decir con total exactitud si su nombre era ese, pero lo que había llegado a mis oídos era aquel nombre.

Según notó (o según quiso notar ella) vio como el viento era notable, y se dijo que había pasado por cualquier ranura del ventanal y había movido la cortina. Se giró de un lado en la cama, y escuchó como algo caía tras de sí. Se giró y nada había en el suelo salvo las lozas blancas de su habitación.

Empezó a pensar que todo era una simple y ridícula ilusión, algo que no estaba pasando, incluso contempló la posibilidad de que fuera un sueño. Incluso hizo aquello de pellizcarse para despertarse, pero no dio resultado, como era de esperar.

Créeme, todo esto lo estoy haciendo yo —susurró una voz en su interior.

Fue como un susurro sordo. Algo que sabía que estaba ahí, incluso tuvo algo de eco, pero no sabía que era aquello. Algo que no sabía lo que era, pero le asustaba. Una voz de un hombre. Una voz familiar.

La Noche Eterna [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora