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Durante toda la mañana siguiente, Luke estuvo planeando qué le diría a Stella. Él no tenía ninguna tarea de historia. Simplemente deseaba verla y hablar con ella. Debía decirle todo, tarde o temprano.

Y luego ella le había pedido ayuda con química. Rayos, ¿en serio era tan estúpido? Tendría que explicarle que no existía tal deber escolar, pero igualmente tendría que ayudarla a ella.

El rubio también se sentía muy mal por haberla tratado tan horrible unos días antes. Le había cerrado la puerta en la cara y, literalmente, se había comportado como un bastardo. Había ignorado sus preguntas.

¿Y qué pasaba si Stella volvía a insistirle? ¿Si volvía a preguntarle sobre su pasado, sobre su madre o sobre su cicatriz? ¿Qué le diría? Si eso pasaba, Luke no podría salir corriendo de la biblioteca como si nada. Tampoco podría cambiar de tema. Si Stella preguntaba, el debería responder. Y el chico era un asco mintiendo. Si decía algo que no era verdad, ella se percataría y las cosas se pondrían peores.

En la escuela prestó poca atención a las clases, se encontraba viendo la ventana o con la mente en las nubes. Algunos de sus amigos le preguntaton si ocurría algo y él ni siquiera tenía la cortesía de responderles. Miraba al suelo y pasaba la lengua por sus labios. Cuando por fin sonó el último timbre, Luke no supo si relajarse o alterarse. Su escuela no ofrecía almuerzo para los estudiantes y el rubio ya le había informado a su padre que llegaría más tarde de lo usual, por lo cual tampoco tenía comida en su casa. Buscó en sus bolsillos y encontró unos escasos billetes, pero los suficientes para almorzar una comida simple.

En su camino a la biblioteca, Luke compró un sandwich de pollo y una botella de agua fría. Comía mientras caminaba, cosa que no era necesaria ya que apenas eran la una y media de la tarde y había quedado con Stella en encontrarse a las tres. Pudo haberse tomado su tiempo y sentarse en una plaza o parque a comer, pero no lo hizo. Estaba muy confundido y algo nervioso como para tomarse las cosas con calma.

Al terminarse su almuerzo se arrepintió inmediatamente, ya que su estómago empezó a revolverse y sentía un sabor amargo al final de su garganta. Encontró una papelera y botó el papel que cubría el sandwich y la botella de agua vacía.

Cuando vio la estructura de la enorme biblioteca, chequeó su reloj. Las dos de la tarde con diecisiete minutos.

Prácticamente tenía más de cuarenta minutos para hacer lo que quisiese. Entró al edificio, viejo y amplio, con una entrada llena de columnas y detalles en las paredes. Había un espacio central al entrar, donde estaba el escritorio—donde debería estar alguien que registrara los libros en caso de que alguien se los llevara en forma de préstamo—, y algunos asientos. A la derecha, estaban las secciones de historia, biografías y filosofía. A la izquierda, estaban las de ciencias, arquitectura y cocina. Un pequeño letrero al pie de las escaleras anunciaba que en el segundo piso se encontraban los libros de ficción, literatura, religión, dibujo, tecnología e infantiles. Por experiencia previa, el rubio ya sabía que al fondo, después de pasar las estanterías de la primera planta, había una sala con mesas y asientos. Supuso que ahí se encontraría con Stella.

Decidió dar unas vueltas. Él no era fanático de la lectura, pero no se negaba a disfrutar de un buen escrito. Subió lentamente por las escaleras y estuvo un rato buscando algo que leer, pero nada llamó su atención. El ambiente de aquél lugar le aburría. Todo era demasiado callado para su gusto. Varias veces vio pasar a personas con los audífonos en sus oídos y Luke lamentó no llevar los suyos en ese momento. Todo aquello no lo hacía por las historias que pudiese alcanzar a encontrar. En realidad, Luke buscaba alguna manera de distraerse.  De no pensar en la castaña de ojos oscuros. De no pensar en la cantidad de cosas que debía confesarle; en todas las mentiras que le había dicho en poco tiempo.

treehouse ; lrhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora