xiii

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—¿Sí?—Dijo la mujer con una sonrisa en la cara. Stella vaciló.

—Ehm, busco a Luke. Luke Hemmings.—La chica entreabrió los labios. No pasaría de los treinta y tantos años. Era rubia, ojos color miel. Estaba vestida como una ejecutiva, con camisa blanca de botones, falda gris y tacones bajos negros. ¿Quién era?

—Los Hemmings ya no viven aquí.— A Stella le dio la impresión de que su cabeza daba vueltas. Le dolía muchísimo y estaba confundida. No tenía ganas de llorar, porque no creía lo que la mujer le decía.

—Eso no puede ser verdad, hablé con Luke hace unos días...

—Me presento. Soy Lauren Casters, agente de bienes raíces. El señor Hemmings y su hijo se han mudado. Me contrataron para buscar un comprador para la casa.

Stella no encontraba palabras que salieran de su boca.

—Pero... ¿a dónde se fueron?— Lauren hizo una mueca intentando disimular la misma, pero no lo logró.

—No tengo idea de quién eres, no puedo darte esa información.—Stella mordió su lengua, y decidió mentir un poco. Debía llegar a su objetivo, de todas maneras.

—Soy su novia.—Lauren torció los labios. No había manera de confirmar o de negar esa información, por lo cual, debía creerle. O al menos, eso esperaba.

—Se fueron a Francia.—Stella pudo jurar que sintió las náuseas más fuertes de su vida. ¿Francia?

—Pero...—Ella tragó grueso, sin estar dispuesta a aceptar la realidad.—¿Por qué? Nunca me dijo nada...

Esto era lo que quería hablar conmigo, pensó Stella. Obviamente. Luke tenía muchísima gente de la cual despedirse, pero Stella era la principal y la más importante. Siempre lo había sido. Lauren se encogió de hombros. Claramente, no sabía la respuesta.

—¿Tienes algún número al cual pueda llamarlos? Lo necesito.—La rubia volvió a vacilar, pero la desesperación en la voz de la castaña la convenció de que decía la verdad y de que sus intenciones eran limpias.

—Ahora vuelvo.—Sentenció la mujer, desapareciendo unos minutos dentro de la casa mientras Stella empezaba a sentir las lágrimas frías bajar por su cara. Se tapó el rostro con las manos y respiró profundo. Ya tendría tiempo para llorar y pensar esa tarde. Lauren volvió con una pequeña agenda en la mano.

—¿Tienes dónde anotar?

(...)

Luke dejó su pesado equipaje en la puerta del apartamento. Su padre llegó a su lado unos segundos después, con la frente sudada y una sonrisa en la cara. Luke no fue capaz de imitar sus gestos.

—¡Bienvenido a Lyon, hijo!—Luke miró al suelo y movió sus labios hacia el lado derecho de su cara, forzando una extraña sonrisa.

—Supongo—Murmuró mientras su padre abría la puerta con la llave.

El joven no pudo evitar preguntarse cuánto tiempo llevaría su progenitor planeando la mudanza. Tenían apartamento, carro, trabajo, e incluso un cupo para él en un instituto bilingüe. Comenzaría en dos semanas.

Pensó en los amigos que había dejado atrás sin decirles adiós. Y en Stella. Recordó la tarde que se quedó dos horas y media en el parque esperando su llegada, prolongando el tiempo hasta que su padre lo llamó histérico, regañándolo por no estar con él, empacando sus pertenencias.

Ni siquiera había podido llamarla. Pensó también en la cantidad de cosas que debía decirle en su despedida, y que claramente no sería capaz nunca de decirlo por teléfono.

Se preguntó si alguna vez volvería a verla. Acarició su sien con la yema de sus dedos y sintió la cicatriz, resaltando. Suspiró y recordó el golpe seco que lo hizo desmayarse aquella mañana de hacía casi diez años, y la manera en que las luces del quirófano golpearon sus ojos al abrirlos.

Su madre apareció también en su mente; el momento en que su padre le dio la noticia de que ella se había marchado. Luke sintió un conocido escozor al lado de sus ojos. Quería llorar.

—Hey, hijo. Entra, te mostraré el apartamento.

Era un lugar relativamente pequeño, pero a la vez espacioso y cómodo. Al fin y al cabo, eran dos personas. Una cocina con paredes azules, una sala de estar amplia, con un escritorio y una biblioteca vacía, una habitación principal—para su padre, claro—, y otra recámara más, pintada de verde oscuro. Le gustaba bastante, para ser sinceros.

—Me gusta mucho.—Terminó por decir él, dirigiéndose hacia su padre mientras llevaba sus bolsos al que sería su cuarto.

—Me alegra escuchar eso.—Comentó complacido su padre.

Luke empezó a desempacar, sin ganas.

¿Acaso esta es mi nueva vida?

treehouse ; lrhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora