En cuanto suena la sirena salgo corriendo de la clase. Hoy es jueves y los jueves viene el doctor a visitarnos para ver a los que están enfermos. Yo no lo estoy. Soy de los pocos niños que no suele enfermar aunque a veces me ha tenido que curar las heridas que me han hecho en una pelea o como castigo por saltarme las normas. No me gusta vivir aquí. La gente que trabaja en el orfanato nos mira como si fueramos basura. La comida que nos dan no sabe a nada. Las duchas, si se les puede llamar así, no tienen calentador por lo tanto nos duchamos con agua fría durante todo el año. Eso ha hecho que más de uno enferme llegando a morir por complicaciones pulmonares.
El estado creo que no tiene ni idea de como se trata aquí a los niños. Pocos son los afortunados que son adoptados y por la pinta de los padres que pasan por aquí, no creo que los quieran precisamente para darles un hogar lleno de amor y comprensión.
Yo paso de que me adopten. Prefiero seguir aquí. Al menos sé lo que hay y lo que no hay mientras que fuera... a saber como terminaría. Me tienen apodado el demonio, supongo que es por mi pelo rojo o por mi mirada fiera. Mi comportamiento tambien ayuda ya que no suelo aceptar bien las normas y menos el que algunos más mayores nos usen a los pequeños para sus caprichos. Sin duda Dios o el destino nos la han jugado bien o, simplemente, se han olvidado que existimos.
Sin embargo, en toda esta inmundicia, está el doctor. Es como un angel calido y amable que me ha hecho recuperar la fé en que aun hay gente buena. Si alguien como él quisiera adoptarme no me lo pensaría ni dos veces pero por mi expediente, soy el ultimo al que siempre ofrecen. Bueno, siempre no. Cuando ven que los que vienen a adoptar son gente con malas pintas, enseguida me llaman pero yo monto uno de mis numeritos y terminan rechazandome. Ja, puede que realmente sea un demonio si consigo asustar a este tipo de gentuza.
Corro por el pasillo que lleva a la enfermería y me asomo junto a varios niños. En cuanto lo veo no puedo evitar sonreir ante su sonrisa. Está atendiendo a Hisagi, otro de los chicos del orfanato. Se cayó del banco la semana pasada y se rompio el brazo. Que suerte. Tiene que llevar una escayola durante un mes, lo que significa que durante cuatro jueves será atendido por el doctor. Cuando sale Hisagi me cuelo ante las protestas de los otros niños.
-Oh, buenas tardes Renji. ¿De nuevo te has peleado?
-Que va, doctor. Le prometí que no volvería a hacerlo y he cumplido mi promesa.-Digo sonriente.
-Y entonces ¿Que haces aquí?
-Solo pasaba a saludarlo.-Digo sin poder evitar sonrojarme. La mano del doctor me acaricia el cabello de punta despeinandolos aun más.
-Me alegra saber que no te has peleado más. La violencia no soluciona nada y solo conseguirás terminar solo.
-Puede... pero a veces sienta de maravilla.-No puedo evitar sonreir y él tambien sonríe aunque frunce un poco el entrecejo.
Es entonces cuando la veo. Una niña más o menos de mi misma edad. Sus ojos azules se clavan en mi, serios pero curiosos. Tiene el pelo largo y negro. Es tan fino que siento ganas de tocarlo. Seguro que es muy suave, igual que el del doctor.
-Oh, veo que has visto a *******. Tiene un año más que tu.
No logro retener su nombre pero no me importa. Cuando me sonríe siento como mi cara enrojece al máximo imitando a mi cabello. Las siguientes semanas, el doctor trajo a ******* y mientras su padre atendía a mis compañeros, nosotros jugabamos.
-Oye Renji ¿Yo te gusto?
Mis ojos se abren y vuelvo a sentir como mi cara enrojece y mi corazón se dispara. Claro que me gusta. ¿Como no iba a gustarme una niña con esos ojos? Se que solo tengo diez años pero jamás había sentido lo que siento por ella. Timidamente asiento con la cabeza y veo como su sonrisa ilumina su rostro dejandome sin aliento.
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Caprichos del Destino
FanfictionEl Hotel Unmei, como su propio nombre indica es mucho más que un simple hotel. En él solo los elegidos por el destino podrán intentar recuperar algo que les fue arrebatado por un ser codicioso y lleno de envidias y celos. ¿Serán capaces nuestros pro...