Nuevo comienzo

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Se acercaron en silencio y con la noche de su parte.

El rocío humedecía sus capas negras que se camuflaban en la oscuridad.

El viento circulaba por el bosque caribeño silbando entre las ramas. Era el día más frío de la década y la única muestra de calidez era una chimenea humeante. La cabaña se encontraba demasiado al sur para la nieve, pero no lo suficiente como para evitar la helada que azotaba la región.

Los gritos que salían de la cabaña guiaron con mayor precisión a los Vulturi. No mostraban intensión de ocultarse al vampiro que se encontraba dentro, pero aun así no salió en busca de las inesperadas visitas. No parecía que nadie advirtiese la presencia del clan.

Los líderes Vulturi esperaban y oían atentamente a escasos metros de la puerta. Estaban protegidos por sus guardas: Alec, Félix, Afton y Santiago. Las esposas de los líderes esperaban detrás de ellos y las protegían Renata y Corin. Había varios vampiros más, simples miembros temporales en las filas Vulturi y no merece la pena aprender sus nombres. Mientras, el resto de los guardas rodeaban la cabaña.

—¡Joham!— Gritó Caius totalmente malhumorado como todos y cada uno de los presentes. Había sido un largo viaje y hasta el momento solo recogían decepciones.

Al cabo de unos minutos, un vampiro de baja estatura salió de la casa tambaleándose y desorientado. Su camisa blanca estaba manchada de sangre.

Caius, Marco y los guardias dieron un paso atrás, pero Aro aprovechó el dolor provocado por la sed y arremetió contra Joham. En cuanto Joham cayó al suelo, Aro se alejó del hombre herido. Alec y Félix le sujetaron, inmovilizándole mientras su señor se limpiaba los nudillos con un pañuelo rojo.

El líder Vulturi no solía intervenir de manera tan directa. Estaba impaciente.

—¿Qué has estado haciendo, Joham? —Aro se acercó con una sonrisa de suficiencia en los labios y posando su mano en la mejilla de Joham descubrió el horror que estaba pasando en la casa. 

No esperaba que la respuesta saliera del vampiro. Gracias a su don Aro pudo ver en cuestión de segundos cada pensamiento y cada imagen que atormentaba aquella noche a Joham, el vampiro que se consideraba a sí mismo un científico. 

Aro parpadeó sorprendido, miró a sus hermanos y sin dar más explicaciones se dispuso a entrar en la cabaña.

—Esperad aquí, queridos. —Ordenó a la guardia y se adentró solo en la cabaña.

El vampiro la recorrió como lo había hecho en los recuerdos de Joham.

Sin dirigir ni una fría mirada a las otras estancias y recovecos de la pequeña cabaña, se detuvo ante la habitación de donde procedían los gritos que habían cesado del todo cuando se aproximó a la puerta.

Rompió el candado que la sellaba con un gesto de la mano. Un candado nunca sería obstáculo para que un vampiro entre en ningún sitio, pero sí para que una humana no pueda salir.

El olor a sangre y muerte golpeó el rostro del líder.

La pequeña habitación carecía de ventanas. Había una cama desecha, una silla, un pequeño armario y una alfombra cubierta de sangre. 

 Al adentrarse en la habitación vio junto a la cama a una joven que yacía destripada en el suelo. Estaba muerta. Aro cerró la puerta de un portazo y se acercó despacio al cadáver. Si no hubiese sido por el ansia de poseer lo que buscaba, habría sucumbido a la sed.

Por fin localizó a una pequeña criatura que se acurrucaba junto al brazo de su madre y una fina sonrisa se formó en los labios del líder.

Aro deshizo una sábana blanca que había doblada sobre la silla y se agachó junto al cuerpo.

—Hola —susurró despacio. 

El bebé abrió los ojos sobrecogiendo al vampiro. Eran verdes como un brote de hierba fresca.

 —Bienvenida al mundo, pequeña —dijo, mientras envolvía con cuidado a la niña en la sabana. 

La niña estaba manchada de sangre aquí y allá, su pelo negro y sedoso estaba húmedo y sus mejillas encendidas. Esta miró a Aro por primera vez y sonrió mostrando unos dientes pequeños y cuadrados, blancos como el marfil.


Fuera, los líderes Vulturi habían visto como su hermano entraba en la cabaña sin protección ninguna y no regresaba. Caius se acercó a Joham con la tensión reflejada en su mandíbula.

—Tienes hijas, ¿no es cierto? Hijas biológicas —El aludido asintió sorprendido. No sabía qué decir.

—¿Cuántas?— preguntó una voz apagada más allá. Era Marco, que se mostraba tan contrariado como el resto. 

—4 hijas y un hijo— Joham lo intentó, pero no pudo ocultar su orgullo. 

—Sí, acabamos de conocerle. —Caius respondió, mirando a su hermano Marco, y este asintió.

El vampiro estaba atrapado por las firmes manos de la guardia. No podía moverse, así que Joham escupió en el suelo.

—¿Tus hijas dónde están?—Caius dirigió su atención  a la cabaña a la espera de escuchar corazones palpitantes ocultos bajo las tablas del suelo. 

Joham alzó la cabeza y miró al líder, pero no tuvo fuerzas para sostener su mirada.

—Las mandé lejos —confesó sin apenas molestarse en pronunciar. 

—¿Por qué?—El anciano perdía la paciencia. 

Joham se mordió el labio, pero no respondió. Caius lanzó una mirada a Félix que le golpeó en la cabeza. 

La guardia que había estado rodeando la cabaña volvió a su punto de origen al no encontrar más enemigos.

Una pequeña figura se posicionó frente a Joham. Este se revolvió en el suelo gritando bajo su miraba mientras ella se echaba hacia atrás la capucha negra. 

Jane disfrutaba cada segundo de dolor que provocaba a los demás.

—¡Ya basta! —Habló Aro bajando los escalones del porche de la cabaña con la niña acurrucada en entre sus brazos, oculta a la vista de los demás— La estáis asustando— dijo venerable.

Marco se aproximó despacio y tras él las esposas.

—¿Qué es eso? —preguntó Athenedora con desdén.

—¿No oyes su corazón, querida? —Joham alzó la cabeza del suelo. Respiraba con dificultad.

—¡Mi hija! —Joham se levantó de un salto, se había zafado de los brazos de Félix durante la tortura, y corrió en dirección a los líderes. 

No dio ni tres pasos antes de que Félix saltara sobre él. 

Aro desvió la mirada de los ojos verdes de la recién nacida para dictaminar sentencia.

— Joham, por tu afán a los experimentos ilegales que comprometen nuestro secreto, se te condena a muerte — dijo sin mostrar ninguna emoción. Ya no existía nada interesante en esas tierras.— ¿Hermanos?

Caius y Marco Vulturi asintieron.

—¡No! —Pataleó,  el indefenso vampiro, sin creerse lo que estaba ocurriendo.

Félix y Alec procedieron a descuartizar a Joham, acabando con sus gritos de una vez y prendiendo fuego a sus trozos. Se hizo cenizas en cuestión de minutos. Tan solo quedó su historia.

—¿Qué hacemos con la cría?— Caius seguía molesto. Su melena blanca brillaba bajo la luz del porche y sus ojos refulgían odio o puede que fuera la impresión que el tiempo había dejado en él.

—¿Cómo la llamamos?— preguntó Aro ignorando a su hermano por completo.

Caius suspiró, harto de su hermano por hoy, cogió la mano de  Athenedora  y se pusieron en camino de regreso a Volterra, su hogar. Sus guardias personales fueron tras ellos.

—En fin... —continuó diciendo Aro.— ya lo pensaremos cuando lleguemos a casa. ¿No crees, querida mía? —Sulpicia echó un vistazo a la pequeña con desgana, pero no pudo evitar sonreír al verla intentar tocar el collar Vulturi de su marido.

TRAS EL AMANECERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora