Introducción

374 39 2
                                    


Con las manos temblorosas y mis mejillas húmedas comencé a poner la mesa de forma que a él le gustase. Nunca la quería de la misma forma, tenía que innovar en mis diseños, en mi forma de decorar. Porque a él le gustaba.

Nunca había entendido a mi madre cuando me decía que el amor, en grandes cantidades, podría llevarte a la ruina tal cual como si de alcohol o drogas se tratase. ¿Era tan enfermo amar sin medidas a alguien? ¿Qué había de malo entregarte a la persona que amas, en su totalidad?

Corrí hasta la cocina y tome la cazuela donde reposaba la comida en una temperatura ni muy caliente pero tampoco fría, era comible. Y el sabor, comprobé que el sabor fuera bueno, que no hubiese echado condimentos de más.

Fui muy estúpido para no darme cuenta de que era verdad. Miro atrás y veo tantas oportunidades que tuve para decir no, para decir basta, para decir que no estaba cómodo y que no era correcto.

Mire el reloj que reposaba en el tocador del fondo, detrás de la cabecera de la mesa, recargado en la pared, junto a un cuadro hermoso. Faltaban unos minutos para su llegada y un jadeo salió de sus labios, sirviendo con cuidado la comida.

Y sin embargo me sumí a aquella oscuridad por mi cuenta, diciendo que era amor, confiando en que todo estaría bien. A pesar de saber, que jamás sería así.

-¡Imbécil!

Me grite a mí mismo cuando golpee mi pie con la silla, por suerte no había derramado nada, así que fui hasta mi habitación, mire mi reflejo en el espejo y peine un poco mi cabello húmedo. Seque las lágrimas que no paraban de salir y respire hondo.

Recuerdo aquella noche cuando le pregunte a mi madre ¿Por qué la gente buena siempre tiene que salir con gente mala?, su respuesta había sido que es porque de alguna forma u otra, buscamos el tipo de amor que creemos merecer.

Me senté con cuidado en mi sitio, con las manos reposando en la mesa y tratando de controlar mi respiración.

Y me resigne a no luchar más, porque yo lo quería, porque lo busque. Aquel amor que merezco, aunque no entiendo ¿Qué hice para pensar que merecía aquello?

Entonces, la puerta se abrió. Los pasos se hicieron cada vez más presentes y frente a mí, se paró aquel hombre de pelo negro y hermosa piel pálida, mirada penetrante y traje pulcramente limpio y sin arrugas.

Sé que necesito ayuda, pero supongo que para cuando estés leyendo esto sea demasiado tarde, así solo escúchame, por favor. No me juzgues.

O tal vez sí.


𝒮𝑜𝓃𝓇í𝑒 ▪EᑌᑎᕼᗩE▪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora