Six

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A los ojos de cualquier mortal, el tiempo parece ser un fenómeno interminable.

El tiempo es, para la vida, el que nos rige, nos ordena y nos define como seres dentro del vasto universo.

Y aún cuando la mayoría de los seres creen poder medir y vivir dentro de ello, les resulta imposible no tener conjeturas y malas percepciones sobre éste. Que el tiempo pasa muy rápido, que el tiempo pasa muy lento... Conclusiones equívocas que se van extendiendo a lo largo de los años, como una creencia o tradición inamovible de generación en generación.

Stephen Strange creía que el tiempo era demasiado lento. Y es que había pasado un par de meses desde aquel accidente el cual le quitó su vida–figuradamente hablando– y el que le había traído una serie de calamidades mentales que lo torturaban a diario.

La paranoia y la depresión eran sus únicas compañeras, atadas a una enfermiza esperanza de poder arreglar sus manos a tiempo para poder volver a trabajar y rehacer su vida.

Pero aquellas esperanzas no eran más que ideales creados desde su propia imaginación. Se había hundido tanto en el dolor que apenas podía dilucidar lo que era realidad y lo que era fantasía.

Entonces las horas se volvieron semanas, los segundos en días. Cada sesión de rehabilitación resultaba una pérdida para su alma.

El apoyo de Christine y Everett eran, quizá, el único soporte emocional de Strange. Sin embargo, cada vez se iba desgastando.

El doctor empezó a sospechar. "Palmer estaba a su lado por lástima" "Ross estaba a su lado por conveniencia"...

Nada podía ser real. Nada podía ser genuinamente bueno. No.

Porque los héroes no existen en el mundo de Strange.

Solo gente estúpida. Gente interesada.

No tardó en mucho en perder la cabeza a vista y paciencia de todos. Stark ya no lo iba a visitar, pero seguía pagando sus operaciones. El problema vino en que, dentro de unos de los ataques de ira de Stephen, éste terminó por hablar con el seguro médico y cambiar el aval a nombre de él.

No quería el dinero de Stark. Si iba a recuperarse, sería con su propia fortuna.

Apenas Pepper se enteró del cambio, decidió hablar con Tony, quien se había encerrado en su taller como acostumbraba hacerlo cuando estaba triste.

Al hablarle, ella notó que el rostro de su querido jefe se sumía en una rabia terrible.

–¿¡EN QUÉ DEMONIOS ESTÁ PENSANDO ESE IDIOTA!?–gritó.–¡YO DECIDO QUÉ HACER Y QUÉ NO HACER CON MI DINERO!

Pepper trató de calmarlo, pero fue en vano.

–Él ha estado evitándome.–dijo el filántropo furioso.–Antes le encontraba la razón, pero ahora solo creo que es un inmaduro. Ahora verá con quién se ha metido ese idiota...

Tony activó su armadura, preparado para viajar hasta el departamento del doctor. Se sentía agobiado. Ya no soportaba el descaro de Strange. Se había vuelto totalmente loco.

–Tony, escúchame.–suplicó Pepper mientras el traje se ajustaba en el cuerpo del multimillonario.–No creo que sea una buena idea ir de ésta forma.

No hubo respuesta. Tony partió, sin mirar atrás.

Y es que la mente del millonario estaba nublado, revuelto, preso en la duda y en la culpa. Sabía perfectamente que no iba a resultar bien, pero tenía que hacerlo.

Tenía porque esa sería la única forma para descargar su sufrimiento, tal como lo hizo Strange aquella vez en la sala de descanso. Si el neurocirujano era la representación de aquellas palabras de Steve, él lo iba a destruir.

IRONSTRANGE: Pieces of MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora