Eighteen

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Steve observó las nuevas naves de combate de Wakanda, con una cierta pizca de nostalgia.

Dentro de todo, su alma siempre estaba en las trincheras, más que en una vida común y tranquila.

Vio a lo lejos, cerca de su cabaña, a Bucky. Estaba sentado mientras algunos niños wakandianos jugueteaban con su cabello. Pudo notar que su rostro aún mostraba un cierto dolor y seriedad, como una especie de muralla que solo Steve Rogers puede traspasar.

Era triste darse cuenta que aquel chico estúpido y pícaro de hace 70 años ya no estaba más ahí.

Steve le quedó mirando por algunos segundos, hasta que sintió la presencia de alguien más a su lado.

—Está mejorando.—comentó T' Challa apaciblemente mientras también observaba al Lobo Blanco.—Shuri se ha asegurado de hacer todos los tratamientos posibles para tu hombre, Rogers.

—Y se lo agradezco.—contestó Steve haciendo un gesto cordial.—Ahora se ve más... feliz.

T'Challa asintió con la cabeza, y acompañado de sus escoltas, se alejó hacia quién sabe donde.

Steve notó que solo uno de los acompañantes se quedó a su lado. Everett Ross.

—Señor Ross.—saludó Rogers un poco incómodo al recordar las amenazas de Everett hace un tiempo por el peligro que significaba Barnes para la Seguridad Nacional.—Un gusto verlo aquí.

—Lo mismo digo, Capitán.—respondió el diplomático con una sonrisa servicial. Aparentemente Everett adoraba Wakanda por alguna razón.

—Ya no soy Capitán.—comentó Steve volviendo a mirar a Bucky.

—Quizá para el gobierno, pero no para la gente común.

Era extraño. Steve sintió la terrible certidumbre de saber qué tramaba aquel pequeño diplomático, intentando escudriñar en su rostro algún atisbo de maldad o traición. Y es que para Rogers resulta complicado darse cuenta que en su alrededor aún existan personas que mantienen cierta fidelidad hacia él.

Ya no merecía ese título y esa atención.

—¿Qué pasa?—preguntó Ross invitando a Steve que lo siguiera en una pequeña caminata por las laderas de Wakanda.—Ya no eres el mismo hombre que hace unos años...

—Supongo que no.—carraspeó Steve mientras mantenía la vista gacha.

Everett lanzó un suspiro cancino.—Pues...Así son las cosas del amor ¿o no?

Aquello hizo que Steve mirara de reojo la cara de Ross, aquel rostro seguro, inteligente y con cierto carácter autoritario.

—No entiendo lo que...

—Claro que me entiende, Capitán. Soy un agente del gobierno, técnicamente lo sé todo.—paró de caminar, disfrutando de la brisa fresca del campo wakandiano.—Usted puede confiar en mi, Rogers. Otra cosa es que yo no puedo confiar de usted, pero eso es solo un meollo del trabajo.—sus ojos cansados se posaron en los azules de Steve, como una máquina analizando un objeto.—Puedo reconocer a un hombre enamorado y también puedo reconocer a un hombre acomplejado. Usted es una mezcla de ambos.

Al terminar esa frase, siguió caminando, siendo seguido por Steve, quién no sabía como reaccionar exactamente.

—¿Me va a explicar lo que pasó entre usted y Anthony Stark?—preguntó Everett Ross un poco disperso.—Es decir, sé lo que sucedió en el aeropuerto de Leipizg/Halle pero necesito saber de sus palabras qué demonios hubo entre ustedes dos.

—¿Porqué lo necesita saber?

Everett paró en seco, dándose vuelta.—Las cosas están cambiando Rogers. Lo de la regulación es solo la primera parte de una oleada de peligros que la Tierra se va a tener que enfrentar y tener a los Avengers separados no es una buena estrategia para nadie.

IRONSTRANGE: Pieces of MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora