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El día está soleado, ha estado así desde hace unas cuantas semanas ya que gracias a todos los Dioses el verano ya llegó y con él las vacaciones. Por fin, volver a las playas y el refrescante aire marino.

Para nosotras ha sido casi un suicidio estos meses de invierno, nuestros cuerpos necesitan del agua salada para sobrevivir; o creo que exagero un poco, pero el mar es parte de nosotras. Somos uno cuando estamos ahí dentro con nuestras tablas montando las olas que se aproximan en el horizonte.

Por lo tanto, ya el próximo año será el último de la preparatoria para al fin irnos a la universidad. Lo que tanto anhelamos.

—¡Sam! ¿Qué estás haciendo ahí arriba? ¡Baja ya! –grita mamá, quien ya debe estar lista para ir al trabajo y yo también debería de estarlo para ir al instituto.

No respondo, prefiero tomar mi bolso y salir rápido de ahí. Aunque un pequeño de ojos azules se cruza en mi camino, haciéndome casi caer hacia adelante para no atropellarlo.

—Dam... –balbucea el pequeño Simon. Mi medio hermano. Pone sus pequeñas manos en mis rodillas y me da una sonrisa llena de ternura. —Dam... –intenta decir mi nombre.

—Hola, pequeño –respondo acariciando su rojizo cabello, herencia de mi madre y todo lo demás, que consiste en ojos, nariz y rostro en general son herencia de su padre, Keyden.

—Hola, Sam –saluda Keyden desde su puerta en el umbral mientras nos ve a ambos. Él está ajustando su corbata, entra un poco más tarde que mamá por lo que él se encarga de ir a dejar a Simon a la guardería. —¿Todo bien? –pregunta muy tentativo.

—Es lunes, ¿tú que crees? –no es que lo odie, solo que lo quiero a cinco mil millas de mí, pero eso sería casi imposible ya que vivimos bajo el mismo techo.

Le doy una pequeña sonrisa a Simon, pasándolo y pasando a Keyden. No es de mi interés quedarme hablando con él.

Ni ahora, ni nunca.

Bajo las escaleras mientras mamá ya está en el auto esperándome, paso por espejo de la entrada, no me veo mal. Una falda de mezclilla suelta, una camiseta blanca y zapatillas blancas, algo casual. Escucho la bocina, mamá está llamando.

—Adiós, Sam –se despide Keyden desde arriba, yo sin despedirme de él cierro la puerta con fuerza, a propósito.

—¡Sam! Vamos tarde –gritó mamá desde el auto mientras me abre la puerta desde dentro.

Subo de copiloto y antes de que pueda ponerme el cinturón de seguridad ya presiono el acelerador para salir a toda velocidad del estacionamiento.

—¿Qué pasó con "la seguridad es primero"? –la reprocho poniendo con algo de dificultad mi cinturon.

—Quedo durmiendo con mi faceta de madre responsable hoy –dice sin siquiera mirarme, está muy concentrada en la calle. —Keid traerá la cena hoy, quiero que llegues temprano ¿está bien?

—Bella madre, ¿algún día he llegado tarde a casa? –pregunto muy dolida, solo fue un día y fue por culpa de Cath, la muy astuta se las ingenio para quedarnos atrapadas en el salón de música.

—solo te lo advierto.

De una corta charla, llego al instituto donde muchos entran sin mayor problema, con sus amigos y teléfonos en mano.

—Ya sabes, Sam –me advierte antes de yo poder salir completamente del auto.

—Ya sé, Mamá. Temprano –digo cerrando.

—Y Sam –me llama una última vez.

—¿si?

—te amo –me sonríe con sus labios cubiertos de un rojo intenso y sus ojos llenos de ilusión, soy su hija mayor, su compañera después de que papá muriera, su amiga en tiempos de crisis y su confidente esas noches de tanto llanto.

INEFABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora