XIX

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Samantha.

Estoy llegando a la casa de los Sperron, ya sé, un poco loca de mi parte llegar sin avisar, pero realmente le pregunte a Lidia si Dylan estaba en casa para hacerle una “visita sorpresa”, ya saben, solo quiero hablar con el sobre unas cosas que me tienen un poco inquieta y que sé que si no soy yo quien los saque a la mesa, nadie lo hará.

Por lo que Lidia muy fascinada con la idea, me dijo que ella y sus padres habían salido dejando a Dylan solo en casa, exacto, estaremos solos.

Que nervios… realmente nunca habíamos estado solos en un mismo lugar… o que no haya nadie merodeando por ahí.

Estoy nerviosa, no miento en eso.

Mis manos se incrustan en mi bolso y me planteo más de una vez en regresar por donde venía, pero realmente necesito respuestas que solo el sabrá darme.

Al fin, llegando, respiro onda como nunca, trago en seco y cierro mis ojos mentalizándome.

Solo serán preguntas y respuestas, solo eso

¿Qué es lo que tanto miedo te provoca?
Realmente no lo sé… quizás sea el hecho de que sus respuestas no me gusten.

Me atrevo hacer el recorrido desde la acera hasta la puerta de su casa, obviamente, con un nudo en mi estómago.

Toco el timbre esperando alguna respuesta, mirando mis pies, las nubes arriba, los pájaros cantando, cualquier cosa que me hiciera olvidar que estaba allí.

Pero en menos de diez segundos la puerta estaba siendo abierta por un Dylan de cabello desordenado, torso desnudo y pantalones de pijama. ¿Estaba durmiendo? No lo creo, las grandes y gruesas gotas que desprende su torso me indica que ha estado sudando.

—¿Samantha? –su rostro parece iluminarse cuando me ve parada ahí, frente a su puerta. Confusión, extrañeza pero felicidad es lo que sus ojos desprenden.

Suspiro —hola… –sonrió dulcemente.

—¿Qué haces aquí? –su pregunta es de tal sorpresa y fascinación.

—¿Quieres hablarlo aquí o…

—No, por favor, pasa. Que bruto soy, pasa por favor. –se hace a un lado dejándome la entrada a su casa, Wow, hace tanto tiempo no venía aquí… con algunos arreglos modernos, un televisor mucho más grande, flores, nuevas cortinas, tantas cosas. —voy a ducharme, estoy en cinco contigo. –me toma de los hombros por detrás mientras su boca se cuela en mi mejilla dejando un tierno beso.

—¿Aun dormías? –sonrió cuando lo veo subir la escalera.

—Entrenaba, llevo despierto un buen rato. –Sonríe —ya vengo.

Desaparece por el pasillo que lleva a las habitaciones.

Dejo mi bolso en el sofá, mirando a todos lados, los recuerdos llegan a mi mente como si se hubieran hecho hace tan poco.

Esos bailes que nuestros padres nos hacían hacer, Lidia, Dylan y yo, las estrellas mientras nuestros padres nos alentaban a seguir haciendo el ridículo.
Los infaltables Halloween, cuando nos disfrazábamos de algo en común; ya sean los tres mosqueteros, los padrinos mágicos, los chicos del barrio, etc.
El día de Gracias, los cuatro de julio, las navidades…

Esas increíbles navidades donde nosotros no sabíamos de nada más que de jugar, abrir los regalos, estar juntos bajo la chimenea, escuchar la historia de los abuelos Sperron, ver caer la nieve desde la ventana como si de una película se tratara, como nuestros padres reían con tanto gozo en la cocina.

INEFABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora