Capítulo 1

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Monza, Italia

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Monza, Italia


El sábado, Ernesto y Fiorella se despertaron muy temprano y desayunaron algo rápido y ligero para ir al autódromo. La joven estaba con bastante sueño y nervios, unos nervios quizá injustificados porque no sabía el porqué de ellos.

¿O quizá sí lo sabía? ¿Y el bichito de la curiosidad la estaba carcomiendo? ―pensó mientras bebía el café con leche dentro del auto.

Una vez que llegaron ala zona del parking del circuito donde estaba el sector vip, se bajaron y caminaron hacia el pit para encontrarse con el equipo.

Tassone presentó a su hija a los que trabajaban con él en la escudería y ella quedó incómoda ante tantas presentaciones.

―No hagas esto por favor. Sabes que no me gusta ―le respondió en súplica mientras lo miraba a la cara.

―De acuerdo, no lo haré más pero tuve que hacerlo, el reglamento lo pide y excluye al que no es familiar de los miembros de la escudería ―dijo con algo de gracia al escuchar su comentario.

―Pero si vengo contigo es más que obvio que soy familiar, no creo que alguien sea tan caradura en presentarse con una persona que no sea pariente ―expuso con firmeza.

―Te sorprenderías delas cosas que suelen hacer para que puedan estar en los pits ―acotó su padre. 

―Todavía no comienza la tercera práctica, ¿verdad? ―preguntó con curiosidad su hija.

―No, recién a las doce ―declaró.

―Entonces iré a recorrer un poco el lugar y quizá compre algo ―le afirmó.

―Ve tranquila, nos vemos después ―le contestó mientras se colocaba la chaqueta de la escudería.

De tanto que caminó, Fiorella se perdió la última práctica y llegó pasada la una y media de la tarde al pit. Su padre se acercó a ella algo preocupado.

―Lo siento, me olvidé que tenía que estar en la práctica, recorrí el circuito y me quedé un buen rato dentro de la tienda oficial. Compré un par de cosas ―le expresó con algo de risas.

―No te preocupes, ahora para las tres de la tarde está la clasificación, ¿comiste algo por lo menos? ―le formuló con interés.

―No, compré solamente una botella de agua ―contestó de forma graciosa.

―Te acompaño a la sala de recepción y almuerzo algo yo también ―anunció mientras la abrazaba por los hombros y ella por la cintura y caminaban hacia la sala.

Solo media hora se tomaron para almorzar algunos pequeños sándwiches. Ernesto terminó de comer pero Fiorella probó algunas fresas rojísimas que estaban en un cuenco de vidrio. Las masticó con deleite.

Noches de Tormenta ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora