Milán, Italia
Después de casi cuatro meses en que Fiorella continuaba con su beca para las clases de modelo vivo y movimientos, su padre llegó sin esperarlo allí donde vivían.
―¿Qué haces aquí? ¿No se supone que debes estar viajando para las carreras? ―le preguntó estupefacta de verlo en el departamento.
―Sí pero lo haré cuando termine de arreglar algunas cosas ―le respondió su padre un tanto cortado y algo intranquilo.
―¿Estás bien? ―inquirió frunciendo el ceño y mirándolo con suma atención.
―Sí, ¿por qué? ―remató él enseguida.
―Porque pareces como perseguido e inquieto ―contestó directa.
―No es nada, a veces me suele pasar cuando viajo de un país al otro ―expresó dándole una excusa falsa.
―¿Cómo fueron los resultados? ―cuestionó de manera curiosa.
―Bien, muy bien... Cassiragghi se está manteniendo dentro de los tres primeros puestos. Así que vamos bien ―respondió y luego la miró―, es raro que me lo preguntes, más sabiendo que no te cayó del todo bien el piloto ―le dijo entrecerrando los ojos.
―Te pregunto solo por curiosidad y también para que veas que me interesa tu trabajo ―declaró la joven―, tú siempre me preguntas por mis estudios o como fue mi día y sé que a veces soy muy reacia a tu trabajo y entorno pero tampoco tengo que ser una agria y no preguntarte como te ha ido en las pruebas y en cada carrera ―le manifestó ella mientras guardaba los lápices de grafito y acomodaba la mesa.
―Gracias, me hace sentir que no estoy tan lejos de ti cuando me preguntas por mi día laboral ―le confesó su padre con una sonrisa.
La joven le sonrió también. Pronto comenzó a preparar algo para cenar mientras que su padre hablaba por el móvil con alguien y aunque no quería meterse en los asuntos de las carreras, no pudo evitar escuchar algunas frases que Ernesto respondía a la persona que estaba del otro lado de la línea.
Frunció el ceño cuando en una de esas frases, no estaba hablando del todo de la próxima carrera, sino más bien del piloto de la escudería donde su padre era el ingeniero jefe. Intentó no saber más de la conversación, tampoco quería conocer más cosas de Cassiragghi porque para ella era el soberbio y engreído más grande que había conocido jamás.
Dejó pasar lo que había escuchado y se dedicó a cocinar. Una hora después cenaron y cuando terminaron de acomodar todo, cada uno fue al cuarto para descansar.
Días antes de la última carrera de mitad de año, sin querer Fiorella volvió a escuchar una conversación telefónica que nunca debió haber escuchado entre su padre y alguien más. Ésta vuelta había sido casi peor que la primera vez que la había oído. Lo malo fue que escuchó con claridad casi toda la conversación que tenía su progenitor con quién sabía quien, Ernesto se escuchaba nervioso, asustado y sin poder evitar afirmar cada vez que seguramente la otra persona de la otra línea le decía algo. Solo sabía que iría a hacerse en Marruecos y que implicaba a Luka Cassiragghi.
Cuando su padre cortó la llamada, ella salió del cuarto preguntando de manera curiosa quien lo había llamado, más no dejándole saber algo más.
―Nadie, era alguien de una compañía telefónica que me ofrecía pasarme a la suya ―respondió intentando no ponerse nervioso cuando le hablaba.
―Sí, siempre te insisten ―contestó riéndose―. Ya mañana viajas para la última carrera de mitad de año, ¿no? ―le afirmó con intriga.
―Pasado mañana viajamos ―le respondió comenzando a preparar algo para cenar.
―¿Y dónde es? ―preguntó curiosa.
―Marruecos, ¿por qué me lo preguntas cariño? ¿Acaso quieres acompañarme? ―inquirió mirándola con atención.
―¿Puedo? Mientras tú trabajas, me gustaría conocer la capital, siempre me pareció interesante ese país ―le expresó entre verdad y mentira.
―¿Y no eras tú la que siempre me dijo que no iba a presenciar más una carrera? ―cuestionó.
―Que te acompañe no querrá decir que deba estar en el mismo lugar que tú, ¿no te parece? ―le anunció tratando de no ser demasiado obvia.
―En eso tienes razón ―le dijo con certeza.
―¿Puedo acompañarte entonces? ―indagó mirándolo.
―Sí cariño. Puedes acompañarme. Me gusta cuando quieres viajar conmigo a las carreras ―confesó con alegría.
―Me alegro ―contestó con una sutil sonrisa aunque su mente vagaba en la conversación que mantuvo su padre con aquella persona.
Cuando fue el horario para ir a dormir, ella estaba pensando la manera en cómo podría detener lo que su padre estaba a punto de hacer. No estaba entusiasmada con lo que iba a hacer porque tampoco el piloto se lo merecía pero sabía que iba a realizar lo correcto porque así era ella y no podía quedarse de brazos cruzados. Solo esperaba que toda la parafernalia le saliera bien. Con un suspiro y continuó pensando en como haría todo, se quedó dormida.
Antes de tomar el avión, Ernesto le avisó a su hija que debían hacer una escala en España, ya que la escudería lo esperaba allí y de ahí, volar con el avión de Mercurio para luego viajar a Marruecos. No le gustó ni un poco cuando él le dijo que tenían que viajar con el aéreo de la escudería porque eso implicaba que tenía que volver a ver al pedante del piloto.
Cuando al día siguiente todos se reunieron a las afueras de Madrid para tomar el vuelo a Marruecos donde se realizaría la carrera, ella fue una de las primeras en subir al aeroplano y se sentó atrás de todo para no molestar a nadie y estar tranquila durante el vuelo mientras dibujaba. El avión de la escudería transportaba siempre a todos los del equipo, incluido al piloto, quien se presentó pocos minutos después. El italiano la divisó al fondo y solitaria, sonrió de lado cuando decidió sentarse en el asiento contrario. Los separaba el pasillo. La muchacha revoleó los ojos al comprobar quien tenía cerca de ella, se mordió el labio inferior y trató de ni siquiera mirarlo y continuar con su boceto.
―¿Qué te trae por aquí? ―le preguntó el italiano con énfasis cada palabra de aquella interrogación.
Me trae salvarte el pellejo aunque no lo merezcas idiota ―pensó cuando lo miró fijamente a los ojos y sonreía sin mostrarle los dientes.
―Quise acompañar a mi padre... ¿tienes algún problema? ―inquirió con sorna y arqueando una ceja.
―Ninguno ―expresó con sequedad.
―Y habiendo tantos asientos, ¿por qué tuviste que sentarte casi a mi lado? ―le cuestionó matándolo con la mirada.
―Tuve ganas de sentarme aquí ―le dijo clavándole la mirada.
Aquella fue la escueta y seca conversación que tuvieron antes de que el avión despegara,más en el vuelo que solo duró casi una hora y media no se dirigieron la palabra.
Una vez que el aeroplano aterrizó, el equipo se registró en el hotel y ella se quedó dentro de la habitación mientras su padre preparaba todo para las prácticas y luego la clasificación.
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Noches de Tormenta ©
Roman d'amourErnesto Tassone es el ingeniero jefe de carrera de la gran prestigiosa MS1. Por cuestiones externas a él cae en su propia trampa y trunca su labor y desempeño en una de las escuderías más importantes, lo que lleva a poner en peligro la vida de un pi...