Retorno al agua

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El mar solía ser el sitio por excelencia. A veces ocurría que iniciando el año, en casa, una recua de individuos ruidosos, muchos impúberes aún y que usaban anteojos, se reunían la noche previa al viaje y llenaban la casa de la abuela, de mi abuela y podría decirse que la tuya por motivos de la politica amorosa, y armaban una algarabia de apocalipsis. Por consejo materno nos impedían compartir lecho y debías dormir en el cuarto de las chicas, primas que te adoraban y se peleaban entre ellas para peinar tu cabello lacio y hacerte trenzas desastrozas que te enredaban el pelo. Yo, como buen truhan, rehusaba aceptar tales disposiciones y gestaba triquiñuelas dignas de una megacinta hollywoodense a la bóveda de máxima seguridad en casinos de Las Vegas. Tras la cena, mi tía, la copetuda y tinturada con acento castellano de Madrid, daba indicaciones de lavado de vajilla, ubicación en los cuartos para dormir y hora precisa muy temprano para estar de pie, bañados y listos con maletas para partir. Me mirabas a la distancia soportando el barullo, sin gesticular siquiera, con los ojos henchidos de sol, latiendo para mí en el comedor mientras te miraba de reojo haciendo malabares con los...

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