Prolegómenos

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Devorante ante los libros desperdigados sobre la mesa, mi mesa de madera que yo mismo construí y pinté con una brocha de cerdas delgadas con paciencia la mañana de un sábado de enero de mucho sol, vivo un hambre cotidiana de literatura que inevitablemente me inclina a escribirte. Este deseo va más allá de todos los principios que he ido adquiriendo con el tiempo y los hábitos. Es un precepto hermoso. Los beneficios que he recibido trascienden la mortal cotidianidad insulsa de los hombres que me rodean. Quisiera que cada día del poco tiempo que sé me queda de vida, ese prodigio se mantenga e incremente en intensidad. Este deseo natural expresa la convicción innata de la que estoy hecho y me hace sentir orgulloso de  compartirla contigo. Pero no basta con recibir tales señas de creatividad; yo me exijo más allá de lo exigible porque mi edad poética recién está iniciando y entiendo que nuestra cercanía literaria es un valor que no tiene precio. No todo queda dicho, debes entonces comprender que si callo y son muchos los días de silencio, algo se está cocinando y debo resolverlo.

CARTAS A TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora