Azúcar

14 9 0
                                    

Para este capítulo debo añadir, algo como que para el día en que te fuiste, los calzoncitos que olvidaste, llenaban mi closet y desde allí me hacían miradas llenando todo el vacío. Me acostumbré a coleccionar esa clase de recuerdos. Y con analogías no debo intentar comprender lo que fue tu estancia, aquí en esta casa. Este pueblo ha muerto; aún muchos insisten en ir a misa, y rezan con esa devoción de buenos cristianos. Mis vecinas son feas; las veo cada mañana lavando la acera con tanto entusiasmo que me dan nauseas. Me he convertido en un tipo descriptivo; veo a las personas a los ojos y ya voy hallando la trama que esconden. Di con salir a pasear cada mañana bordeando los límites de la carretera principal hasta la vieja y abandonada mina. Tomaba un refresco en la tienda donde paran todos los buses que van hasta el siguiente pueblo venidos desde la ciudad, y me regresaba a casa para almorzar pateando rocas como un infante soñador. El hábito se me convirtió en un principio casi cardinal; nada más aparecer el sol, me enfundaba las botas de cuero amarillo y rigido, tomaba café sin un ápice de azucar, y cerraba la puerta dando dos giros contundentes con la llave a la chapa para mayor seguridad. Era cuestión de aprovechar el día en su máxima expresión desde tu partida. Bajo el brazo llevaba conmigo una rudimentaria edición, mal empastada, de mi autor favorito, a quien releía constantemente como un poseso descontrolado y...

CARTAS A TIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora