Valéry

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Tentado al ensueño me hago llamar el soñador de palabras. Y mi ánima toma prisa. En suma, debo reconocer el don absoluto del que soy preso. Sé que esta fenomenología tiene un nombre; alguien con mucho genio psicoanalítico debió acuñarla hace mucho tiempo ya. Para evitar falsas interpretaciones, reclamo mi soberanía sobre la poética de lo fantástico. Ahora que conozco este reposo y la huerta se ha ensanchado sembrada de hierbas aromáticas y hortalizas: los avechuchos como el dragón  son mascotas redomadas que normalmente las tardes de sol duermen la siesta entre los follajes de mi alameda, y me recorre por las piernas el estremecimiento de la humareda olorosa a minerales que no logro con palabras identificar. Imágenes  cálidas, dulces; manifestación general y natural de virtud. Leo y sueño: escribo y como respuesta estás tú generando múltiples lecturas con los ojos inasimilables y nutrida de ilusiones de felicidad, y con un himno de agradecimiento palpitándote en el corazón. A todas estas, en la vida cotidiana de designaciones suficientes para los demás, yo me niego a hacer de mi alma una gruta oscura y poco ventilada porque el jodido arcoíris, emana sin más de mí; en los ojos se me nota y lo sabes. Así, como un Valéry en formación, despido la misiva con una leyenda: "nunca es tarde para empezar a tener mala suerte"

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