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Suho sentía los delgados dedos del estudiante recorriendo todo su cuerpo mientras esparcía la crema de afeitar. Lay estaba llenándolo de caricias electrizantes que dificultaban aquella inmovilidad que había prometido mantener. Sus ojos estaban cerrados y no podía notar la admiración del más joven, pero podía escucharlo intentando ahogar jadeos de sorpresa cada pocos segundos. Empezaba a sentirse inseguro de haber aceptado. ¿Y si su físico no resultaba agradable para el estudiante?

—Joder —Lay susurró de repente. Sus manos ya no se encontraban sobre el cuerpo invisible. Especialmente porque ahora podía verlo.

Había vaciado un recipiente completo de espuma para afeitar sobre el torso, cuello, piernas, brazos, manos y rostro de Suho y ahora podía verlo. Tan blanco e inmóvil como si fuera una estatua. Una estatua mucho más bella que las que había visto en todos aquellos museos que había visitado a lo largo de su vida.

—¿Qué sucede? —Suho preguntó entre dientes. Apretó sus ojos cerrados y esperó por el veredicto.

—¿Cuántos años tienes? —Lay preguntó con curiosidad.

—Muchos —el ser invisible respondió evasivamente. Más de cien suponían incluso demasiado para él. Seguro parecía un viejo.

—Bueno, no pareces mayor de treinta —Lay dijo con una sonrisa traviesa en sus labios. Nunca se había imaginado en una relación con un hombre mayor, pero en ese momento no le importaba la edad que tuviera el invisible, aunque tal vez se debiera al hecho de que fácilmente podría parecer alguien de su edad, si fuera visible, claro. No había encontrado arrugas en su piel, todo parecía estar en su lugar. Su cuerpo era el de un atleta bien dotado—. ¿Cuál es el color de tus ojos?

—Son... o eran, cafés —Suho respondió, aún nervioso por la percepción que Lay se estaba creando de él.

—¿Oscuros? —Lay preguntó, poniendo un poco de crema sobre la masculinidad invisible con parsimonia.

—No tanto —Suho gruñó suspirando pesadamente. Aunque no estaba seguro, era difícil pensar en algo decente cuando las manos del estudiante se esforzaban por embadurnar su dureza con la espuma para afeitar.

—Es una lástima que no pueda verlos —Lay se lamentó—. Seguro son tan atractivos como el resto de tu cuerpo —murmuró mientras rodeaba el cuerpo de Suho con sus brazos como si lo abrazara, aunque en realidad solo estaba añadiendo más de esa crema blanca sobre el redondo trasero invisible. O tal vez ni siquiera estaba agregando más crema y solo estaba manoseándolo con una buena excusa. ¿Cómo iba Suho a saberlo?

Suho abrió sus ojos a pesar de la crema sobre sus párpados y observó a Lay que había dejado de rodearlo con sus brazos y parecía creer necesario seguir aplicando más de esa espesa espuma sobre su pene.

Con su mano ahora visible, Suho giró la llave para que el agua cayera sobre su cuerpo y le devolviera su invisibilidad.

—Ya has visto suficiente por hoy —declaró de nuevo invisible y tomó el rostro de su curioso chico para poder besarlo a su antojo.



Minseok desvió su mirada al piso al notar el ojo amoratado de su acosador. Probablemente se había excedido, después de todo, no era como si el supuesto licántropo lo hubiera forzado a nada.

Por su parte, Chen casi saltó fuera de las sábanas que había compartido con Kai. Estaba completamente emocionado de ver a su compañero aparecerse por la habitación de Zitao de forma voluntaria. No se notaba en su rostro de rasgos caninos ni una pizca de resentimiento por el golpe que había recibido de su otra mitad, solo una profunda devoción y un brillo preocupante en sus ojos ambarinos.

MONSTRUOS En La CiudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora