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—¿Cuándo tienes que irte a la universidad? —Kris preguntó. 

Sabía que faltaban pocos días. Llevaba ya una semana escondido en la casa de Zitao, su novio. Le encantaba y aterraba pensar en él de esa forma. En sus tiempos lo habrían asesinado por pensar mirar de esa forma a otro hombre, especialmente a uno que apenas empezaba a vivir. Qué bueno que las cosas fueran tan distintas en esta extraña época. El joven estudiante le había prestado algo a lo que él llamaba laptop. Era un aparato de otro mundo, algo maravilloso que nunca antes podría haber imaginado. Ahora podía ver a dos jóvenes del mismo género dándose muestras de cariño en una divertida representación teatral. Ambos muchachos aprendían dentro de salones enormes en los que había por lo menos veinte estudiantes más, vistiendo exactamente igual. Era tan extraño como emocionante.

La mente de Kris divagaba. Tao había sugerido que lo acompañara a la universidad. Había dicho que podía estudiar algo o buscarse un empleo. Que unos anteojos le ayudarían a encubrir su naturaleza y a pasar desapercibido entre los humanos. Con un adorable sonrojo en sus mejillas había dicho también que podrían vivir juntos. Eso sonaba muy bien, incluso mejor que todo lo demás. Aunque en conjunto, era como saltar de un precipicio. Kris se sentía emocionado, quería, de verdad quería hacerlo. Quería dejarse arrastrar por esa sensación que aplastaba su estómago de una forma confusa, quería que la sonrisa de su chico humano iluminara el camino. No iba a permitir que la ilusión en sus oscuros ojos rasgados se apagara.

—La semana que viene —Zitao murmuró—. ¿Ya decidiste si vendrás conmigo?

Ese sonrojo había vuelto a colorear sus suaves mejillas y, en respuesta, una sonrisa afloró en los labios del egipcio.

—Decidí seguirte a donde fueras desde que dejamos el castillo —Kris afirmó. Su estómago se retorció de esa forma en que había estado haciéndolo últimamente y sintió un ya familiar calor en su rostro luego de pronunciar aquellas palabras.

Zitao le regaló una sonrisa silenciosa acompañada de un sonrojo que dijo más que cualquier palabra.

Kris estiró una de sus manos hacia su novio y le acarició una de esas mejillas encendidas. Lo miró a los ojos y se regocijó con aquella ilusión que brillaba en ellos. Desvió la mirada a sus labios y humedeció los suyos con anticipación. Siguió divagando cuando juntaron sus bocas, sin saber quién había besado primero, pensando en lo mucho que le gustaba estar así; sentir sus labios moverse en una pacífica sincronía con los suyos, apoderándose de uno y luego de otro, inclinar su rostro hacia un lado y luego hacia el otro para hacerlo más profundo, abrazarlo, sostenerlo junto a su cuerpo, acariciarle los brazos y el cuello, y de vez en cuando debajo de la camisa, separarse un instante para tomar aire y al abrir sus ojos encontrarlo aún más ruborizado y notar sus labios enrojecidos y un poco hinchados.

—Me gustas, Kris —Tao murmuró sin abrir sus ojos—. Me gustas mucho.

Kris puso el portátil sobre la mesita de noche y tiró del joven humano, obligándolo a caer sobre su cuerpo en la cama. Alzó un poco la cabeza y atrapó sus labios de nuevo. Los dedos de su mano derecha presionaron un poco la nuca de Tao para impedirle distanciarse. 

El palpitar dentro del pecho de Kris podía escucharse por el resto de la casa, o eso pensó él. Su cuerpo entero temblaba mientras las palabras de Zitao rebotaban de un lado a otro dentro de su cabeza. Empujó su lengua dentro de la boca que reclamaba, encontró la del estudiante y jugó con ella. Las sensaciones estaban sobrepasando los límites de lo que podía soportar. Con un jadeo empujó a Tao sobre el colchón y se posicionó arriba. Volvió a besarlo sin dejarle hablar, a duras penas dándole tiempo para recomponerse de la sorpresa y tomar un poco de aire.

MONSTRUOS En La CiudadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora