Capítulo: 05

98 10 1
                                    

"La tortura de una mala conciencia es el infierno de un alma viva."
—John Calvin

Recuerdos tanto buenos como malos se arremolinan dentro de mi cabeza una vez que me estaciono frente a la casa Rizzo. Luchó  arduamente por alejar esos desagradables recuerdos de mí y quedarme solo con los buenos, pero eso pronto se vuelve imposible. Todo se está reproduciendo como una película, las escenas de todo lo ocurrido hace treinta años transcurren cronológicamente en mi cabeza logrando reavivar el dolor. Sin que pueda evitarlo mis manos se aprietan con fuerza alrededor del volante, mis nudillos no tardan en adquirir un color blanquisco. No pasa mucho para darme cuenta de que he empezado a hiperventilar. De repente respirar de manera excesiva se vuelve insoportable y sin más salgo a trompicones de mi vehículo. Me sostengo de la puerta  cuando no soy capaz de mantener el equilibrio por mi propia cuenta; al mismo tiempo cierro los ojos y trato de controlar mi respiración; tardo un poco, pero finalmente lo consigo. Mi ritmo cardíaco consigue regularse también y la resequedad en mi boca poco a poco va desapareciendo.

Me tomo mi tiempo antes de armarme de valor y comenzar a caminar.

Mis manos sudan con cada paso que doy. La vieja madera de la casa Rizzo cruje bajo mis zapatos cuando pongo un pie en el porche. Justo ahora que estoy a pocos metros de la casa y apunto de entrar es que me doy cuenta de que los años también han caído sobre ella. Cierro mis ojos con fuerza y me agarro del pasamanos de madera cuando un pequeño espasmo me ataca. Toda esta bola de emociones y sensaciones me hacen sentir algo abrumado. Una vez que terminó de subir las escaleras, tomo aire y presiono el timbre.

En seguida escucho pasos pausados acercándose. Soy paciente, sé que el señor Rizzo ya no goza de la misma juventud de hace treinta años por lo que tarda unos segundos en llegar a la puerta. Cuando esta se abre no es el rostro del señor Rizzo lo que veo, sino el de una mujer y por su vestimenta sé que se trata de una enfermera. Luce de unos cuarenta y mientras me mira sus ojos se achican, es como si tratara de recordar quién soy. Cuando por fin parece haberlo hecho, sus ojos marrones se agrandan con sorpresa y sus cejas salen disparadas hacia arriba. No dice nada, solo me observa como si no pudiera creer lo que ve. Aprovecho su aturdimiento para tratar de reconocerla, pero no lo logró. Tal vez no sea de Crowley Hope.

—Hola, soy...

—Sé quién eres —me dice, su respuesta me deja bastante asombrado, me quedo en completo silencio sin saber que decir, pero al parecer ella no espera una respuesta de mi parte porque en seguida añade:— Él te está esperando, entra —en esta ocasión se hace a un lado para dejarme pasar.

—Gracias —la miro dubitativo.

Trato de ser amable mientras le regaló una sonrisa cordial cuando paso junto a ella.

Un nudo se forma en mi garganta en cuanto tengo un pie en el interior de la casa Rizzo. Esta es la primera vez después de tres décadas que vuelvo a estar dentro de la casa en la que alguna vez viví momentos felices a lado de Cara. Trago con dureza al tiempo en que sigo avanzando, de abrupto un sentimiento cargado de tristeza y dolor me invade y por un momento me planteo la idea de salir corriendo, pero no lo hago; reuno el coraje suficiente y permanezco estático mientras mis ojos recorren con atención el lugar en el que me encuentro.

Todo sigue exactamente igual que hace treinta años. Los recuerdos de cuando tenía dieciséis comienzan a ser más claros y constantes, de pronto me siento asqueado y lo único que quiero ahora es irme de este lugar. No soy capaz de entender como es qué el señor Rizzo ha podido vivir aquí después de todo lo ocurrido; yo no llevo ni cinco minutos dentro y ya empiezo a tener problemas con mi respiración otra vez. Nunca he sido claustrofóbico, pero en este momento he empezado a dudarlo.

El ReverendoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora