Capítulo: 07

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"El pasado no se puede curar."
—Isabel I del Reino Unido.

El sonar melifluo de las teclas del piano mientras escucho tocar nocturno de Chopin en mi reproductor hace que mi mente evoque recuerdos de Cara tocando su viejo piano. Ese viejo instrumento siempre tuvo un significado especial para ella. El día que cumplió cinco años su abuelo se lo obsequió, y cuando Franco Rizzo murió con ese mismo piano, Cara interpretó una de las piezas favoritas de su abuelo durante el funeral.

Cierro los ojos y una sonrisa melancólica se cuela en mis labios al recordarla sentada mientras sus dedos hacen surgir la magia desde las suaves teclas de aquel instrumento. Verla sonreír mientras tocaba era una de mis cosas favoritas en el mundo.  Recuerdo que podía pasar horas observándola tocar y no aburrirme. Era curioso cómo es que siendo personas totalmente diferentes congeniábamos tan bien. Por lo regular, la música clásica solía resultarme tediosa, mis gustos musicales se inclinaban más por el jazz rock y el rock and roll que en ese tiempo predominaban en el mundo de la música. A finales de los años 60 y a principios de los 70 se consideró la época dorada del rock. Y aunque a la mayoría de los adolescentes de aquel entonces aquellos éxitos musicales del momento nos colocaban en un estado de euforia; a Cara solo le parecían ruidos molestos. Cara Rizzo no era una chica del montón, era única en su clase, hasta la fecha nunca volví a conocer a alguien como ella, ni si quiera a alguien que se le asemejara.

La paz que le propinaba tocar la demostraba mientras cerraba sus ojos y se balanceaba al ritmo de la melodía. En ocasiones solía sentarme a su lado y otras solo permanecía de pie frente a ella, recargado junto a la ventana de su salón de ensayos, quedando embelesado por su belleza. Aún cuando su felicidad se empezaba a desmoronar, tocar la hacía sentirse feliz de nuevo.

De la nada, un mal recuerdo ocupa por completo mi mente. Mis ojos se abren de golpe y la sonrisa en mis labios desaparece. Hago que la música deje de sonar. Pienso que tal vez si dejo de escucharla ese desagradable recuerdo que se ha adueñado de mi cabeza deje de reproducirse una y otra vez, pero no es así, no lo hace.

En lo único que consigo pensar es en aquel viernes 4 de agosto de 1972, cuando Cara estaba terminando de dar su cuarta clase de piano a los veinte niños que habían asistido ese día.




Me había llevado casi todo un día convencer a mis padres para que me dejaran ir a casa de Cara esta tarde, sabía que estaba por dar su clase de piano y dado lo ocurrido no había tenido oportunidad de asistir a una. Finalmente accedieron a dejarme ir con la condición de ser ellos quienes me llevarían y me recogerían, por lo tanto, solo tenía permitido estar dos horas en casa de los Rizzo. Pese a no estar de acuerdo con el tiempo, había aceptado gustoso. No la veía desde que se vio obligada a irse con Peter Crawford. De no haber sido por Will y por Melissa, la mejor amiga de Cara, me habría vuelto loco. Ellos se habían convertido en una especie de carteros para nosotros, en la última carta que Cara me había enviado con la rubia me aseguraba que todo estaba bien y que no vendría a verme hasta que su madre le levantara el castigo que le había dado por mentir. En la carta Cara no hizo mención del reverendo, y eso, por extraño que pareciera, lejos de tranquilizarme hizo todo lo contrario. Sabía que las cosas no andaban nada bien y que algo le pasaba a mi chica. Las constantes pesadillas similares a la que había tenido cuando estuve hospitalizado, me lo decían a gritos. Gracias a eso llevaba sin conciliar el sueño desde hacía tres días seguidos, lo más utópico de mis pesadillas era que lo único que cambiaba en ellas era el escenario, porque Cara seguía sin tener un final feliz en ellas.

—Cara está en su salón de ensayo —me hizo saber Marina Rizzo mientras se despedía de mis padres. No sé si fueron imaginaciones mías, pero pude notar el tono un poco cortante que utilizó.

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