Capítulo: 13

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Hay amores tan bellos que justifican todas las locuras que hacen cometer. —Plutarco.




Otro día lluvioso en Crowley Hope me hace quedarme en el hotel. El verano ya casi está por terminar y durante el tiempo que llevo en mi pueblo natal, el Sol veraniego solo ha salido un par de veces.

Me encuentro en la recepción del Hill House, me dispongo a leer La Narrativa de John Smith de Arthur Conan Doyle —libro que muchas personas consideran perdido—, pero una melena pelirroja muy particular roba por completo mi atención. Y por unos instantes creo estar viendo a Cara. Sí, lo sé, aquello es completamente absurdo, pero no puedo evitarlo. Esa chica que ahora mismo besa fugazmente a Alexander en los labios, es muy parecida a mi esposa.

Desde donde estoy puedo verla a la perfección. Su cabello pelirrojo le llega hasta la cintura, es de complexión delgada. Doy un rápido escrutinio a su vestimenta. Lleva puestos unos jeans desgastados y un suéter de color rosa pálido; unas zapatillas deportivas de color blanco, salpicadas por la lluvia. Y está sonriendo, sonríe por y para Alexander. Y cuando su rostro gira en mi dirección, mi cuerpo es atacado por varios espasmos. Por un momento me siento extraño. Y es que, aunque tal vez solo sea porque echo mucho de menos a la mujer que prometí amar todos los días de mi vida, encuentro rasgos físicos en el pálido rostro de la muchacha muy similares a los de Cara.

Observo a Alexander susurrar algo en el oído de la chica, quién asiente y no deja sonreír. Un segundo más tarde, ambos caminan hacia mí.

De la nada y sin saber muy bien el por qué, me encuentro ansioso.

Y es cuando la joven que me ha recordado a Cara está frente a mí; que puedo darme cuenta de qué lo único que la diferencía de mi esposa son los ojos. Los ojos de la chica a la que Alexander aferra su mano, son de color verde agua. El color gris que resplandecía en los ojos de Cara no está, y eso me empuja de vuelta a la realidad.

Aún así, el tono en los ojos de la joven sigue pareciéndome familiar. Y el parecido con mi esposa sigue siendo sofocante para mí.

—Señor Jensen, ella es Victoria, mi novia —dice Thomas. Sonríe, pero hay un destello de preocupación en sus ojos.

Sonrió y asiento.

—Mucho gusto, Victoria — digo, al tiempo que le tiendo mi mano. La joven no tarda en estrecharla. — ¿Victoria qué? Perdón —pregunto, y en seguida siento mucha curiosidad por saber su apellido.

Por un momento, un destello de duda ensombrece los ojos verde agua de la muchacha y, por consiguiente, mi ansiedad e inquietud, aumentan.

Alexander se ha puesto nervioso.

—Victoria Rizzo, señor —dice, y mi interior sufre una sacudida tremenda.

De pronto, algo en mí parece no estar bien. Mi cabeza ha comenzado a dar vueltas, mi visión comienza a distorsionarse y mi estómago se ha revuelto un poco. Mi mano aún está aferrada a la de Victoria.

— ¿Se encuentra bien, señor Jensen? —pregunta, un tanto preocupado Alexander al tiempo que se aparta de su novia para sentarse a mi lado.

—Sí —miento, mientras me obligo a deshacer mi agarre de la chica.

—Iré por un vaso de agua —escucho decir a la joven. Y en una fracción de segundo desaparece de mi campo de visión.

—Respire despacio, señor Jensen —oigo decir a Alexander a mi lado.

Le hago caso, y poco a poco mi respiración se va estabilizando, pero el aturdimiento no me abandona.

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