2. Fuera

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Mike estaba apoyado sobre la carrocería de su coche, un BMW M3.

-Ese es el coche de los capullos. Lo sabes, ¿no?-ni recién salido de la cárcel podía dejar de ser “sarcástico”.

-No si es del 87-respondió con sorna.

Igual que no había nadie que me ganara en mi terreno, el del sarcasmo (o al menos eso creía yo), nadie igualaba a Mike en conocimientos sobre coches. Podía pasarse horas hablando sin parar de por qué este coche era mejor que aquél. A mí me bastaba con saber que tenían ruedas.

Me acerqué a él y le di un abrazo. Sí. Yo. Mostrando cariño. A otro hombre. Creo que a él también le pareció demasiado extraño. O al menos su cara decía eso.

Nos metimos en el coche.

-Y bueno, ¿qué tal en la cárcel?-me preguntó Mike.

-Pues nada, esos seis añitos sin libertad han sido guays y eso… Ojalá y me hubieran echado otros seis años...

-Ha sido una pregunta tonta, ¿no?

-Si, un poco-me reí.

-¿Y las duchas son tan malas como las pintan en la televisión?

-¿Te refieres a si un hombre, un hombre probablemente negro, me ha violado con su prominente pene mientras me agachaba a recoger el jabón?

-No... Bueno sí.

-Pues no.

-¿Y tú a alguien?

-¿Me ves cara de haber violado a gente?

-Eh...-se quedó pensando un rato.

-¡No!-grité.

-Y entonces, cómo te quitabas las ganas de...

-Oscuridad, mano derecha y...

-Am.

Reinó el silencio en el coche. En mi cabeza sonaba My way. Cuando vi que llevábamos demasiado tiempo sin hablar, empecé a interrogar a Mike.

-¿Qué ha pasado en el mundo durante mis vacaciones de seis años en la cárcel?

-Pues mierda, de distintos colores, en distintos sitios, pero mierda.

-Está bien-no había hecho mucho para enterarme de qué pasaba en el mundo durante mi ausencia, y tampoco me interesaba mucho-. Y tú, ¿ya tienes novia?

-Pues hablando de eso...

De repente el teléfono de Mike sonó interrumpiéndole en mitad de la frase. En la foto pude ver que era Pauline.

Pauline era una amiga de Mike, y ahora también mía. Al principio me odiaba, por aquello de haber matado a la familia de Mike y eso. Se ve que la sociedad no ve con buenos ojos lo de matar gente por un error ajeno. En fin, empecé a caerle mejor a Pauline después de enterarse de que le salvé el culo a Mike dos veces en menos de una semana. Cuando había sido mi enemiga, había sido una borde, una gilipollas y (por qué no decirlo) una hija de puta. Pero en el momento que empezamos a acercarnos el uno al otro, se convirtió en alguien muy especial para mí, amable, cariñosa y a la que nunca había querido perder.

Cuando Pauline y yo empezamos a conocernos, ella estaba hundida en una depresión. Trabajaba en la CBS de Denver (Canal 4 si recuerdo bien), donde era redactora (no le gustaba salir en la televisión, pero sí escribir noticias), con un sueldo que le permitía vivir en un enorme apartamento en el centro de Denver, y tener un lujoso coche en el aparcamiento (si no lo había cambiado en mis seis años de prisión, un Porsche Carrera S). Y sin embargo, estaba deprimida. ¿Por qué? Era una pregunta a la que nunca conseguí encontrar respuesta, hasta que me di cuenta de que era un apartamento demasiado grande para una mujer sola.

Su novio la acababa de dejar. No sabía qué era peor, sí que ella se deprimiera por eso o que alguien la hubiera dejado. Ahí fue donde entré en su vida. Me convertí en su "algo especial". Empezamos a querernos, pero no quería que me llamara "novio". No porque yo no quisiera. Yo la amaba con locura. Pero ella no se merecía que un probable psicópata fuera su novio. El caso es que nos queríamos mucho. Sobre todo por las noches. Podíamos querernos seis o siete veces en toda la noche. Teniendo en cuenta que nos veíamos una, dos veces como mucho, por semana, no estaba mal.

Sin embargo, ya habían pasado seis años desde que había entrado en la cárcel. Estaba preparado para que me hubiera olvidado y hubiese formado una familia que viviera en una casita rústica a la afueras de Salt Lake City. Ese siempre había sido su sueño.

-¿Pauline?... ¿Por qué no has podido venir a recogerle conmigo?-se ve que habían quedado para recogerme-.Oh... Ah... V-vale... Sí, lo dejo y voy para allá... Vale, adiós.

Algo iba mal. Muy mal. Jodidamente mal. Pauline era una mujer fuerte e independiente, y si necesitaba algo nunca nos llamaba a Mike o a mí.

-¿Qué le pasa a Pauline, Mike?

-Eh... No, nada-Mike me estaba ocultando algo. Eso solo confirmaba mis sospechas.

-Mike, no me han borrado el cerebro. Sé que Pauline no llamaría por nada. Y sé que tú no dejarías a tu mejor amigo recién excarcelado solo en tu casa por nada. ¿Qué pasa?

Vislumbré la casa de Mike. Ya habíamos llegado.

-Mira, Joel, ahora mismo tengo prisa. Bájate.

-No, no hasta que me cuentes qué coño le pasa a Pauline.

-Joel, ¿confías en mí?

-No me vengas con chorr…-no me dejó terminar.

-Joel, ¿confías en mí? Sí o no, es fácil.

-Si, joder.

-Pues bájate del coche, entra en casa, acomódate y cuando vuelva te lo contaré todo-dijo, en un tono firme.

Mike era capaz de convencerme hasta de que tirarme de un puente no me iba a hacer daño. Me bajé del coche.

-No vayas a robarme nada-sonrió.

-No me metieron en la cárcel por eso-le gustaba reírse de mí.

Cerré la puerta y di una palmada en la luna trasera del coche. Mike se perdió en el horizonte. Suspiré y me encaminé hacia la casa de Mike. Llevaba allí viviendo desde, al menos, cuatro años antes de que me encarcelaran, pero no era "mi casa". No lo consideraba mi hogar. Mi hogar estaría en Nueva York, cerca de Central Park. Mike sabía que en cuanto tuviera el dinero para cumplir ese sueño, me iría. Y raro era el día que no intentaba convencerme de que esa casa era mi hogar. Pero, para un sueño que tenía, quería cumplirlo.

Tras encontrar las llaves en el escondite secreto (una maceta, mira tú que original. Que, a todo esto, Mike podría haberme abierto la puerta. Pero no, porque él puede), me adentré en el simulacro de vestíbulo. Una mesa, un llavero (donde seguían mis llaves con el colgante de Mickey Mouse, que pese a ser ridículo para mi edad, era mi muestra de identidad) y un perchero. Mike quería arreglarlo, hacer un vestíbulo de verdad, pero se ve que había sido vago para eso. Fui a mi cuarto, que seguía como lo deje. La cama, grande, en pleno centro de la habitación. A un lado un escritorio, sobre él, una estantería flotante de dos baldas: la de arriba, con mis libros favoritos, con clásicos como Oliver Twist o 1984. En la de abajo, discos, esperando a ser reproducidos en el equipo de música que había al otro lado de la cama, entre los que estaban Los Beatles, Guns N' Roses, Daft Punk o Frank Sinatra. No me gustaba un género en concreto, y la mezcla podía parecer rara. Pero, en fin, ¿qué no era raro en mi vida?

Todo seguía igual, excepto por dos cosas que había en mi cama. Una era mi billetera, y un extracto del saldo de mi cuenta que Mike me había sacado. Dos mil dólares. Podría vivir un mes con eso. La otra me costó ver qué era. Al final vi que era un móvil, de los modernos, con pantalla táctil y esas mierdas. En una notita Mike me decía que me había instalado lo básico (algo así como WhatsApp y otra cosa para escuchar música) y me había activado el número, para llamar y eso. El manejo parecía intuitivo.

Lo dejé todo sobre la mesilla de noche y me tumbé. Tenía que llamar a mis padres, tenía que probarme la ropa que tenía en el armario, tenía mucho que hacer.

Aun así, me dormí.

Diario De Un (Probable) PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora