De repente estaba en casa de mis padres. De repente nada había pasado. Todavía no había pasado. Aunque sabía que era el día. El que cambiaría mi vida para siempre. Sabía que era un sueño. Uno que me perseguía desde cuando ese día pasó en la realidad. Ya sabía qué iba pasar. Lo que había hecho seis años atrás.
Era un sueño que me prometía redimirme. Hacer bien todo en lo que había fallado. Sin embargo siempre pasaba lo mismo. Era un visitante en mi vida, un espectador ante mis actos. No podía cambiar nada.
Estaba en la que, de pequeño, había sido mi habitación. Abrí la puerta y salí al pasillo. Me dirigí al salón. Con todas mis fuerzas desee tropezarme. Tardar sólo un minuto más en llegar. Pero no, bajé las escaleras. La puerta del salón estaba cerrada. La entreabrí, y vi mi perdición. Nathan y Marie. Mi hermano y mi novia. Besándose. Abrazados. Una de las personas a las que más apreciaba. Mi novia.
Me perdí.
Yo tengo un grave problema a la hora de controlar las emociones. De manera que no siento rabia. Siento ganas de matar. Antes de entrar en prisión tomaba pastillas tranquilizantes cada mañana. No eran exactamente tranquilizantes. El caso es que relajaban mis emociones. Aquella mañana aún no me las había tomado.
Desde la puerta, salté hacia mi hermano. Empecé a pegarle puñetazos, patadas, codazos. Le había pillado por sorpresa, así que no tuvo tiempo de defenderse. Su cabeza dio con el cristal de la mesa, estallándolo. Tenía cristales por toda la cara. Sangraba mucho. Pero mi venganza no estaba completa. Seguí pegándole. En esas, mi (a partir de ese momento ex) novia huyó. Huyó de mí. De mi vida.
Pero yo seguía allí, matando a mi hermano. El lloraba de dolor. Yo de rabia. Entonces, sin darme cuenta, noté que Nathan ya no respiraba. No parpadeaba. Le tomé el pulso.
Muerto.
Durante medio segundo sentí satisfacción. Ese cabrón se lo merecía. Pero, entonces, todo el peso de lo que había hecho cayó sobre mí. Volví a mirar el cuerpo inerte de mi hermano, consciente ahora de lo que había hecho. Desde la puerta surgió un grito ahogado. Mi padre estaba allí. Veía a mi hermano muerto, y a mí con las manos manchadas. En ese segundo había dejado de ser su hijo. Solo dos personas que comparten apellido.
Me desheredó, hizo que me destituyeran en la CIA y consiguió, no solo que me juzgaran por homicidio, sino por una serie de cargos por los que estaría hasta 20 años en la cárcel. Con una fianza millonaria, que no podía pagar. Había destruido mi vida.
De esto, sólo tenían noticia mis padres. Ni Mike ni Pauline lo sabían. Les había dicho que estaba en la cárcel por un asesinato improcedente en la CIA, o algo así. Me lo inventé totalmente sobre la marcha. Eran las dos últimas personas que me apreciaban en algo. No me podía permitir el lujo de perderlas.
Y, esa había sido prácticamente mi vida en antes de entrar en la cárcel. Matando a mi hermano, destruyendo mi familia y engañando a mis amigos. Aunque tenía algo bueno. Ahora nada me impedía seguir con Pauline.
Normalmente ahora me habría despertado. Pero el escenario cambió.
Estaba en la celda de Nicola. El jefe de la mafia. Iba a vender mi alma para escapar de aquella cárcel.
-Vaya... Un millón ciento cuarenta y dos mil dólares de fianza. ¿Qué has hecho, matar al hijo de alguien del FBI?
-Más o menos...-Nicola tenía un sexto sentido para adivinar el porqué de las sentencias.
-Bueno, no me importa tu vida. Esto es solo un intercambio. Pagaré la fianza a cambio de que nos hagas un favor.
-¿Nos?
-A la mafia, hombre...
-Entiendo-un sudor frío me recorría la espalda. Un Hubbard nunca haría trampa en nada en su vida. Supongo que ahí dejé de ser un Hubbard.
-En cuanto salgas, me pondré en contacto contigo.
-Vale.
-Tú harás el trabajo sin rechistar. Sea lo que sea. En una semana.
-Bien.
-La mafia no tendrá nada que ver contigo y, si te pillan, lo habrás hecho por ti solo. No nos conoces. Repítelo.
-Lo he hecho por mí solo.
-Buen chico. Si hablas, mueres. Si lo haces un solo día fuera de plazo, mueres. Si lo haces mal, mueres. Repítelo-se me formó un nudo en la garganta.
-Si... Si hablo, muero. Si lo hago fuera de plazo, muero. Si lo hago mal, muero.
-Bien dicho. Sólo te lo preguntaré una vez más, y porque me has caído bien-se acercó a mí-. ¿Seguro que quieres seguir con esto?-inspiré.
-Sí.
-Entonces está hecho. Disfruta de tu último día en este cuchitril.
Salí de la celda de Nicola. Estaba al borde del ataque de ansiedad. ¿Actuaría el karma? ¿Tendría que matar a Pauline? ¿A mis padres? Sólo matar me producía náuseas. Ya no era el que había sido. Ahora matar significaba algo para mí. Las vidas ajenas eran algo de importancia para mí. Ya no era el que había matado a 17 personas inocentes y se había ido de rositas.
Ahora sí me desperté. Estaba sudando. Jadeaba. Miré el reloj. Eran las cinco y media de la mañana. El horario de visitas empezaba a las nueve, y no quería ser impuntual con el jefe de la mafia.
-Si hablo, muero. Si lo hago fuera de plazo, muero. Si fallo, muero-pensé.
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Diario De Un (Probable) Psicópata
Mystery / ThrillerJoel Hubbard, encarcelado por un crimen que cometió siete años atrás, acaba de salir de prisión. ¿Qué le espera tras la prisión? ¿Podrá llevar una vida normal, y olvidar sus actos? ¿O tendrá que volver a hacer frente a lo que lo encarceló, y evitar...