8. Rabia

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Pensé en regresar a casa de Mike después de la conversación con mi madre, pero no quería volver al violentísimo ambiente que había allí. Decidí dar una vuelta por algún parque. Y el primero que me vino a la cabeza fue Cheesman Park, seguramente el parque que me pillaba más lejos en aquel momento. Si se me ocurrió ir a ese parque, fue por los recuerdos que guardaba de andar por allí con Pauline. Su casa quedaba cerca de él, así que cuando me harté de tantos árboles y tantas parejas felices dándose besos, me dirigí a casa de Pauline.

Cuando llegué al apartamento, llamé al timbre, pero nadie abrió. Llamé varias veces, y nadie abría. Cuando iba a desistir, escuché a alguien (o a algo) hacer ruidos dentro.

Tiré la puerta abajo.

Aunque no tenía los músculos que tenía antes de entrar en la cárcel, seguía teniendo fuerza y conocimientos de cómo tirar una puerta. Vale, no hay que ser Einstein para tirar una puerta. Pero la experiencia te termina enseñando cuál es la mejor manera de tirar una.

Encontré a Pauline tirada en el suelo, y temí que hubiera muerto. Sin embargo, la vi pestañear, e intentar, sin éxito, levantarse. Entre el desorden que seguía existiendo en la casa, vi un bote de algo llamado Zoloft.

Ayudé a Pauline a levantarse, y recogí el frasco, medio abierto, del tal Zoloft.

-¿Qué es?-pregunté señalándolo.

-Zoloft-respondió seca. Replanteé mi pregunta.

-¿Qué hacen?

-Son antidepresivos-dijo mientras se sentaba. Me alegré, habría hablado con algún psicólogo y estaría afrontando su problema.

-¿Te has decidido a ir a terapia?

-No-aquello me descolocó.

-¿Por qué los tomas entonces?

-Los encontré por ahí y recordé que eran antidepresivos, así que me tomé unos pocos.

-Por ahí... Unos pocos... ¿Es que quieres matarte o qué?-no reconocía a esta Pauline.

-¿Y qué si quiero hacerlo?-era la última respuesta que esperaba. Traté de esquivar el tema.

-¿No vas a trabajar?

-Lo he dejado-Pauline cada vez era menos Pauline.

-¿Por?

-Porque podía-aquello me hizo estallar.

-¡Porque podías! ¡Joder Pauline! ¿Qué coño te pasa? A ver, estarás mal y eso pero, ¡joder! ¡Te llegas a tomar más de estos y mueres!-miré la fecha de caducidad-. ¡Son de hace dos putos años! ¿Qué coño haces con tu vida?

-Conque qué hago con mi vida... Sí, será mejor que las lecciones de la vida me las dé el que está trabajando con la mafia para matar a su padre. Sí, será lo más lógico.

-Mike...-pedazo de cabrón.

-Pues sí, Mike fue el que me lo dijo-por primera vez en toda la conversación me miró, y vi sus ojos vidriosos-. Primero lo de Eugene, y ahora tú. Joder, ¿es que no puedes evolucionar? ¿No has visto donde te ha dejado lo de ser...? ¿Un mercenario? ¿Un cabrón? Sólo seis años más Joel, sólo seis putos años más, y te habrían dado la condicional. Y todo hubiese sido normal. Y serías feliz. Pero, no, tenías que hacer trampas, volver a cargarte tu vida.

Darse con la verdad es duro. Hacerlo tres veces en la misma mañana, es peor. "Enfrentarme a mi castigo en el infierno". Lo que me había dicho Mike tomaba sentido ahora.

Pero no quería reconocerlo.

Tiré el bote de Zoloft hacia Pauline, sin apenas fuerza, y salí del apartamento hecho una furia. Desde las escaleras oí a Pauline decir:

-¡Enfréntate tú solo a tu vida, no arrastres al resto hacia tu mierda!

A continuación la oí llorar. En otro momento habría subido a consolarla. Pero mis pies se movían solos.

En cuanto vi a un taxi, corrí hacia él. Aparté a una mujer de mediana edad que se montaba en él, y di mi dirección al taxista. La mujer, al incorporarse y ser consciente de lo que había pasado, montó en cólera, y tiró un estuche de unas gafas (o algo por el estilo) contra la luna trasera, sin más efecto que el sobresalto del conductor. En ese momento me daba todo igual.

Bajé del taxi con rapidez, tras arrojar al taxista dos billetes de veinte dólares.

-Esto es casi el doble de lo que ha costado la carr...-me empezó a decir el hombre.

-Quédese con el cambio-fueron las palabras que salieron de mi boca.

El taxista, contento, se marchó. Y me dirigí a la puerta de la casa de Mike, que ni me molesté en abrir con las llaves. Procedía a tirarla abajo cuando Mike la abrió.

-Mira a quien tenemos aquí.

Cogí a Mike por sorpresa. Me abalancé sobre él, y empecé a pegarle puñetazos en la cara, y patadas en el estómago. Mike se defendía como podía, pero yo tenía el factor sorpresa, y eso hacía ganar batallas.

En un giro de los acontecimientos, Mike tiró del mantelito de una de las mesillas que formaban el recibidor, de forma que el jarrón que había sobre él cayó sobre mi cabeza. Me quedé boca arriba, aturdido. Esperé la respuesta de Mike, pero no llegaba.

Entonces abrí los ojos, y vi a un agente de policía apuntándome con una pistola.

-Joel Hubbard, queda usted detenido por tentativa de homicidio.

Entre dos agentes, me incorporaron, y pasaron a leerme la ley Miranda.

-Tiene el derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será usada en su contra en un tribunal de justicia. Tiene el derecho de hablar con un abogado. Si no puede pagar un abogado, se le asignará uno de oficio. ¿Está de acuerdo?

-S... Sí-respondí, sin salir de mi asombro. Miré a Mike, pero su cara me reveló que él no había sido.

-¿Estás bien, Mike? ¿Quieres denunciarle?-preguntó el agente que me había apuntado. A continuación añadió con desprecio-. Ese cabrón se va a pudrir en la cárcel.

-No... No quiero denunciarle.

Me arrastraron por el umbral de la puerta, y miré a Mike, que seguía con su cara de sorprendido. De repente, miró al frente, y su cara pasó de la sorpresa a la rabia. ¿Qué fue aquello que hizo rabiar tanto a Mike?

Yo también miré al frente.

Allí estaba mi padre, apoyado sobre el capó de uno de los coches patrulla. Sonreía.

-Hace un día precioso, ¿no crees?

Diario De Un (Probable) PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora