3. Padres

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Apenas dormí media hora, pero descansé como si hubiera dormido una semana, desde un sábado al siguiente. Me levanté de la cama. Ni siquiera la había abierto, y me había dormido con la ropa puesta. La verdad es que tenía mucho sueño. De por sí se duerme poco en la cárcel, pero el día antes de que seas libre se duerme menos.

Una vez que me espabilé, me puse a buscar ropa que me quedara bien en mi antiguo armario. Casi todo me quedaba excesivamente grande. La cárcel me había adelgazado, pero mis músculos seguían tan fofos como siempre. Encontré un par de camisas que me quedaban bien, tres pantalones vaqueros, un chaleco y una gabardina. Suficiente hasta que fuera a comprar ropa.

Me dirigí al salón. Si Mike no había cambiado la distribución (cosa muy probable, pues todo seguía donde siempre, al menos por donde yo había estado), el teléfono estaría al lado de la televisión. Efectivamente, allí estaba. Marqué el teléfono de la casa de mis padres. No les alegraría saber de mí, pero tenía que decirles que ya estaba fuera.

El teléfono lo cogió la criada sueca, Disa.

-¿Sí?-dijo, con su fuerte acento nórdico (aunque llevara viviendo en América más de la mitad de su vida).

-Hola Disa, soy Joel-se hizo el silencio al otro lado del teléfono.

-S-s-señorito Hubbard... E-está usted... ¿L-libre?-escucharme era lo último que esperaba, por lo que se ve.

-Disa, sabes que nunca me ha gustado que me llames "señorito Hubbard". Soy Joel, punto.

-V-vale... Y dígame, señ... Joel-se la notaba muy nerviosa-. ¿Qué quería?

-Me gustaría hablar con mi madre.

-¿Está seguro de que es lo que quiere?-suspiré.

-Sí, Disa. Por favor.

-Ahora mismo se pone-seguramente tapó el micrófono del teléfono con la mano, pero aun así pude escucharla llamando voz en grito a mi madre.

-Hola, soy Rachel Hubbard, ¿qué quería?

-Hola mamá-de nuevo, un tenso silencio.

-Si esto es alguna clase de broma, no tiene gracia.

-Mamá, soy yo, Joel.

-¿No estabas en la cárcel?

-Veo que te alegras de que esté en libertad, ¿eh?

-No es eso hijo, es solo que... Mira, no es buen momento para hablar. Estás en casa de Mike, ¿no?

-Sí.

-Mañana te llamaré. Hasta luego.

Colgó. Aún no me habían perdonado, se ve que no.

Mi padre, Joseph Hubbard, era el director de la CIA de Colorado. Ser director de cualquier agencia estatal de seguridad te hace ser importante pero, por jerarquía, el jefe de la CIA es el rey del mambo. De no ser por él, no hubiera trabajado nunca en la CIA, además de que gracias a él, "no tuve nada que ver con el error de la casa de Mike", aunque mi padre, Mike y yo sabíamos que sí. Sin mi padre, ahora mismo no podría ser amigo de Mike, ya que después de haberlo conocido (y de enterarme que había sido policía hasta que, para arreglar mi fallo, le habían dado una identidad falsa, de forma que Mike nunca había existido) le pedí que le restauraran su identidad y que le dieran un puesto de policía en cualquier lugar. Se lo dieron en Denver. 

Mi padre me tenía demasiado mimado. Nos tenía muy mimados tanto a mi hermano como a mí. Pero eso era ya agua pasada.

Desde la noche fatídica, la de los actos que habían hecho que acabara en la cárcel, mi padre (y con él, mi madre) me odiaba. Nunca me perdonarían lo que hice. Por un lado les entendía, pero debían comprender que no fue (del todo) culpa mía.

Evitaba pensar en aquello, sólo era una forma de torturarme. Pero durante los seis años de cárcel no dejaba de acordarme de cómo había sido la relación con mi familia, y cómo la había echado a perder.

Dejé de pensar en cuanto escuché la puerta abrirse. Mike cruzó el umbral, más serio que de costumbre.

-¿Qué ha pasado Mike?

-Siéntate Joel.

Me senté en el sofá que teníamos frente a la tele. Él se sentó a mi lado.

-Verás, Joel. Cuando te metieron en la cárcel y Pauline se quedó sola, estaba muy deprimida.

-Normal-Mike era de los de empezar desde Adán y Eva, así que tendría que echarle paciencia.

-Conoció a un hombre, empezaron a salir, y hace tres años empezaron a vivir juntos.

-Lo que me temía... Entonces, ¿Pauline ya no me quiere?

-Déjame terminar, Joel. Hace un par de meses me enteré que... Ese hombre... Maltrataba a Pauline.

-¡¿Qué?!-exclamé. Vale que ya no me quisiera, pero no podía permitir que le hicieran daño-. ¡Tenemos que hacer algo!

-Ahí está el problema...-hizo una dramática pausa-. Lo ha matado.

Aquello logró sorprenderme. Pauline era una mujer independiente, pero no me la imaginaba matando a alguien para resolver sus problemas.

-Pero... Cómo...

-Me ha dicho que fue en defensa personal. Su... Bueno, su novio empezó a insultarle y a pegarle, y en un ataque de rabia, Pauline contraatacó y le estrelló la cabeza contra una ventana. En ese momento de confusión, encontró la pistola que el novio guardaba en su cajón y...

-Joder... ¿Y no es defensa propia?

-No hay ningún indicio de que él la maltratara.

-¡Joder, Mike, eres el puto jefe del departamento de Homicidios, haz algo!

-¡¿Y qué coño crees que intento?! ¡¿Por qué coño crees que he ido a casa de Pauline antes de que la policía se entere de nada?! ¡Pauline es tan o más importante para mí que para ti!

Se hizo el silencio. Mike no era de ponerse a gritar, solo lo hacía bajo presión. Y en ese momento lo estaba.

Me levanté del sofá y me dirigí a la puerta.

-¿Dónde vas?-dijo Mike, recuperando su tono de voz normal.

-Voy a ver a Pauline.

Diario De Un (Probable) PsicópataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora