V

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El camino a mi apartamento se llevó en silencio, sin que ninguno pronunciara palabra, pero ¿Quién podría hablar al ir a más de 100 km por hora teniendo una dolorosa erección en los pantalones?

Al llegar estacionó sin mucho cuidado y subimos corriendo todos los escalones hasta llegar a la puerta, donde una vez esta estuvo abierta, sus labios volvieron a saborear los míos con ahínco.

En un rápido movimiento me levantó haciendo que mis piernas se enredaran a sus caderas, mientras que mis brazos se enrollaban alrededor de su cuello. Beso tras beso, el calor de nuestros cuerpos iba en aumento contrario a mi cordura, que parecía esfumarse con sorprendente rapidez.

—O-oficial —jadeo sintiendo como comienza a lamer mi cuello.

—Llámame Gerardo —espeta dando un leve mordisco a mi yugular—. ¿Dónde demonios está tu cuarto? No pienso follarte en la entrada.

—S-subiendo las escaleras —consigo responder aferrándome más a él—, la primera puerta.

Desconozco el trayecto, en mi mente solo podía pensar en lo placentera que resultaba la sensación que me provocaban sus labios al succionar y luego morder ciertas zonas de mi piel, pero cuando me di cuenta, ya me encontraba recostado sobre mí mullida cama y sin camisa. Frente a mí el oficial Penavos se deshacía de su estorboso uniforme que le quedaba tan endemoniadamente bien.

—Quítate los zapatos —ordena—. Pero no el pantalón, de ese me encargo yo.

Sin esperar a que repitiera la orden, desabroché los cordones de mi calzado para después aventarlos a alguna parte, junto con mis calcetas y sentarme a esperar al oficial, mordiéndome el labio al observar sus tan bien trabajados pectorales.

—Oh Kevin —susurra antes de volver a besarme, recostándome nuevamente contra la cama y paseando sus manos por todo mi desnudo pecho, a lo que yo le imito con el suyo.

—Demonios —maldigo al darme cuenta de lo atractivo que es el hombre que tengo frente a mí—. Gerardo —lo llamo con la voz llena de excitación, gozando de tener su ferviente mirada sobre mí.

— ¿Sí? —pregunta dejando un casto beso en una de mis clavículas.

—Los pantalones —digo señalando la prenda—. Duele...

— ¿Y qué quieres que haga yo? —oh, no puedo creer que pueda bromear en estos momentos—. Dilo, o no lo haré —advierte tomando con fuerza mi mano que llevaba para hacerme cargo de la prenda yo mismo.

—Quítamelos —suplico, a lo que él ríe con ese tono ronco que logra volverme loco.

—A sus órdenes —dice antes llevar a cabo mi petición, con una innecesaria lentitud.

Una vez la tela se encuentra fuera de mi cuerpo, comienza a repartir besos por mis piernas y suaves lamidas que me hacían temblar en mi lugar, mientras con un hábil movimiento se deshizo de la parte inferior de su uniforme.

—N-no hagas eso —lloriqueo sintiendo como su lengua recorre mi rodilla—. No es como la de una chica... —excuso avergonzado por mi tipo de anatomía.

—Lo sé —sonríe—, y eso me encanta de ti.

Mi rostro comenzó a arder, por lo que desvío la mirada en un intento porque no vea mi sonrojo, a lo que él se limita a tomarme por la barbilla y volver a besarme, solo que esta vez con mucha, más pasión y necesidad.

Su lengua danzando con la mía, es la sensación más exquisita que he tenido hasta el momento, pero sus manos recorriendo cada centímetro de mi cuerpo, son un oponente digno en el nivel de placer que me provocan. Dios, todo lo que este hombre puede hacer conmigo... Yo era heterosexual ¿no?

Hug me, Mr. PoliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora