IX

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—Un brillo —responde acercándose hasta estar a escasos centímetros de mí—. Existe un brillo que no se puede ocultar... —susurra con voz ronca, provocando que todo mi cuerpo comience a arder, como si hubiera presionado algún interruptor.

El espacio desaparece y tan solo puedo sentir sus labios fundiéndose sobre los míos. Está besándome. En medio de un restaurante, sin que le importe en lo absoluto lo que la gente que se encuentre alrededor pueda pensar. Él tan solo se lanzó a besarme.

Con su mano izquierda me acaricia con suavidad mi mejilla, inspirándome confianza, por lo que cedo ante mis deseos de corresponder el beso y cierro los ojos.

Mi mente está en blanco, y lo único que podría perturbar esa paz es el dulce tacto que ahora reciben mis belfos, y la cálida sensación que me provoca su lengua al acariciar mi labio inferior.

Un escalofrío se pasea por todo mí ser, partiendo de mi nuca, recorre mi espalda y finaliza en la punta de los pies, no sin antes haber invadido otras partes de mi cuerpo, claro está.

— ¡Hola, amigos! ¿Ustedes...? —Una voz femenina suena desde mi derecha, haciéndome volver a la realidad de golpe—. ¡¿Gerardo?! —Una Lizbeth muy sorprendida se encuentra a mi lado, mientras que el oficial Penavos y yo tratamos de recuperar el ambiente después del beso—, ¿q-qué se supone que está pasando aquí?

La chica nos mira con los ojos muy abiertos y las manos extendidas, esperando por una explicación; pero ninguno le responde. Para mí es imposible emitir sonido, siento que todo mi cuerpo continúa flotando entre las estrellas, a excepción de mi cerebro, que fue traído de vuelta a la fuerza.

—Ahm, nosotros... —Intento decir, pero no me viene ninguna idea a la mente, así que me callo y miro suplicante al oficial frente a mí, esperanzado en que él pueda responder ante la interrogante de la youtuber.

—Estamos en una cita —contesta él con total naturalidad, lo que provoca una gran sorpresa tanto en la castaña a mi lado, como en mí, que me limito a observarlo con los ojos bien abiertos y los pómulos sonrojados.

— ¡Wow! Debo admitir que eso es inesperado —comenta Lizbeth mirándose las uñas, mientras intenta comprender la respuesta—. ¿Desde cuándo comenzaron a salir?

—Eso no te es relevante —El tono que utiliza Gerardo es rudo, como si quisiera asegurarse de que Lizbeth no se le volverá a preguntar al respecto, lo que me causa bastante intriga.

—Bien sabes que sí, está dentro de las normas que no podemos relacionarnos con las personas con las que hemos... —hace una breve pausa para dedicarme una rápida mirada— trabajado, a menos que hayan pasado mínimo dos semanas...

—Sí, estoy consciente de ello, no debes preocuparte —corta él con una ceja alzada—. Todo está bien.

¿Dos semanas? Apenas si se cumplieron hace poco, además de que tuvimos sexo el mismo día de la entrevista, me limito a pensar desviando la mirada, en una muestra de inconformidad ante lo que el oficial ha dicho, algo que él nota, pues a los segundos siento su mano acariciarme la rodilla con suavidad, en un modo de tranquilizarme, supongo. Aunque el efecto sea todo lo contrario, ya que mi corazón acelera su ritmo y mis mejillas se colorean de un tono rojizo.

—Y bueno, además está el otro asunto... —Suelta ella moviendo sus hombros de arriba abajo en un claro acto de incomodidad.

La mirada gélida que el oficial le dedica, la hace callar, mientras que baja la mirada, como si estuviese arrepentida por su comentario.

— ¿Otro asunto? —pregunto con palpable curiosidad.

—Nada, tonterías del "jefe" —responde Gerardo haciendo comillas con sus dedos en la última palabra—. Realmente no es nada relevante.

Hug me, Mr. PoliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora