VIII

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Ha pasado una semana después de la grabación en Badabun.

Ha pasado una semana después de aquella noche, y hasta el momento, sigo sin comprender la razón por la cual mi corazón se acelera hasta el punto de salir de mi pecho con tan solo pensar en él.

Hemos continuado viéndonos, hemos salido un par de veces y... hemos tenido sexo otro par de veces más... Podría decirse, que comenzamos a salir... ¿El oficial Penavos y yo comenzamos a salir? No.

—Bueno, de cierto modo sí —Le reprocho a mi reflejo en el espejo—, estamos teniendo citas...

Silencio. Mi yo del espejo me observa serio.

—No son citas, no tal cual. Tan solo decidimos un lugar, la hora y... —Hago una pausa acomodándome bien la corbata—. Me arreglo como por media hora hasta estar satisfecho con mi apariencia. Ya parezco una chica...

Nuevamente deshago el nudo de aquel pedazo de tela que tan solo se creó para joderle la vida a los hombres. Llevo casi diez minutos intentando colocármela como es debido, pero ya estoy harto, así que cedo a mi impulso de lanzar la corbata fuera de mi campo de visión y mejor arreglarme el pelo con un poco de agua.

—No son citas... —repito dando un suspiro—. No es que estemos enamorados o algo parecido, además, solo son salidas casuales, que a veces terminan en algo más —termino de decir en un susurro que apenas si es audible para mí.

Durante unos segundos mi mirada se mantiene fija en el piso, intentando descifrar los pensamientos que se ocultan en mi inconsciente y se niegan a ser vistos ni revelados; poco a poco levanto el rostro para encontrarme con mi propio reflejo observándome con desdén, como si se lamentara de no poder decirme algo que resulta endemoniadamente evidente.

— ¡Ahg! ¿Por qué esto debe ser tan complicado? —Le gruño al espejo antes de dar media vuelta, tomar mi teléfono y salir de mi habitación a paso agitado.

Odio no saber qué es lo que me pasa. ¡Demonios! ¡Odio sentirme como una chiquilla enamorada!

El sonido de mi celular me devolvió a la realidad y me hizo darme cuenta de que ya eran las 5:30 p.m. media hora tarde para la cita con el oficial.

— ¡Maldita sea! —exclamo comenzando a correr hacia la salida, mientras con algo de torpeza contesto—. ¿Sí? ¿Bueno?

—Soy yo —La voz gruesa al otro lado de la línea no me deja dudas sobre quién es—, ¿sí vas a venir?

—Eh, sí, sí, ya voy —respondo buscando las llaves de la puerta desesperado—, tan solo, me he atrasado un par de minutos ya casi llego... ¡Sí! —exclamo al encontrarlas—. Perdón, me encontré un billete tirado —miento, y me felicito en mi interior porque mi voz haya sonado tan natural—. Ya casi llego —repito abriendo la puerta—, estoy a un par de calles...

— ¿En serio? —La pregunta suena desde mi izquierda, fuera de mi teléfono—, porque yo te veo saliendo de tu casa.

Me lleva la verga.

Lentamente me giro a mirar hacia el atractivo oficial vestido con un impecable traje negro, que me espera recargado sobre su auto y finalizando una llamada de su celular.

—Sabía que se te haría tarde —comenta mostrándome una amplia sonrisa—. Hola.

—Hola... —saludo totalmente avergonzado y desviando la mirada.

— ¿Quieres que te lleve? —pregunta en tono burlón mientras abre la puerta del copiloto.

—Gracias... —digo encaminándome al coche para entrar.

Hug me, Mr. PoliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora