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Mis mejillas comienzan a arder, mientras mi boca se abre y se cierra repetidas veces, intentando darle respuesta a su pregunta, pero de mi garganta no sale ningún sonido, de hecho, aunque pudiera emitir palabra, mi mente está en blanco y no sabría qué decirle.

Su sonrisa picaresca se ensancha aún más al verme sin poder contestar. Claramente disfruta de ponerme en esta situación, así que cedo ante lo único que se me ocurre, ignorarlo.

—Oh, ¿no vas a responder? —pregunta levantando una ceja, a lo que yo mantengo mi mirada en el suelo a mi derecha—. Eso es de muy mala educación, Kevin —Su voz es grave y rasposa, como si se estuviese conteniendo, por lo que le dedico una rápida mirada, para asegurarme de que su expresión, pero la fiereza de sus ojos me atrapa, impidiendo que deje de verlo—. ¿Acaso quieres que te castigue, Kevin?

Mi nombre lo pronuncia con una innecesaria, pero muy sensual, lentitud; como si estuviese saboreando de vocalizar cada letra, lo que lleva a mi corazón a acelerar desmedidamente el ritmo de sus latidos.

— ¿Es eso, acaso? —Presiona. El brillo en sus ojos aumenta de manera proporcional al calor de mi cuerpo.

Por debajo de la mesa, siento sus dedos comenzar a pasearse por mi rodilla, por lo que lo observo con asombro, pero él se mantiene risueño, gozando de saber lo que puede provocar en mí.

Si así quiere jugar, le mostraré que yo también sé morder.

—Espero que no le moleste decirme... —Inhalo para conseguir valor y continuar— sobre el tipo de castigo que tiene en mente, oficial —susurro sonriendo y acomodándome mejor sobre el asiento, para quedar más cerca de él.

—Oh, no me molesta en lo absoluto —comienza, con tono divertido, subiendo su mano hasta mi muslo, lo que provoca que encorve la espala ante la placentera sensación del riesgo y el calor de su tacto— pero dudo realmente que este sea el mejor lugar para explicarte a detalle qué es lo que tengo en mente.

—Ya veo —digo con las mejillas sonrosadas— entonces sea muy general en su explicación —pido mordiéndome el interior de la mejilla, intentando contener mis jadeos.

Escucho su silla rechinar cuando se apega más a la mesa para poder llegar más lejos en el trayecto que su mano efectúa.

—De acuerdo —Asiente—. Lo que planeo, es comprarle una silla de ruedas.

— ¿Una silla de ruedas? —Mi confusión es casi palpable, pero se desvanece al sentir su mano llegar a mi cremallera—. ¡Oficial! —exclamo con los ojos como platos.

— ¿Sí? —Se está divirtiendo demasiado con esto. Apenas un poco de toqueteo y ya estoy duro... ¿Acaso él estará igual?, ¿cómo puede seguir con este jueguecillo? ¿Su plan es que lo hagamos en el restaurante?

— ¿Por qué la... —Mi mente se queda en blanco por un par de segundos, por lo que debo carraspear intentando recordar lo que iba a decir— silla de ruedas?

—Porque pienso dejarte sin caminar, por al menos una semana —Ríe de forma ronca.

Su respuesta la dice con completa tranquilidad y sin inmutarse, como si fuese lo más normal de decir. Mientras en su rostro se mantiene su expresión inmutable, yo tengo todo mi cuerpo ardiendo en llamas, principalmente las mejillas. He comenzado a morderme los labios intentando contenerme y mantener mis impulsos e instintos dentro de mi piel y sin que me controlen, pero su mano que acaricia mi erección sobre el pantalón no es una gran ayuda.

—Entonces hágalo —Jadeo—. Castígueme.

La sorpresa es visible en sus ojos por un par de segundos, pero enseguida es sustituida por el deseo.

Hug me, Mr. PoliceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora