Orígenes II.

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La niña y el monstruo.

La lluvia es abrumadora, un torrencial aguacero que amenaza con devorar está cabaña, al bosque y al mundo entero; una lluvia que desea repetir el diluvio universal. Los truenos rugen con una fuerza extravagante, veo a través de la pequeña ventana que da al bosque como las ramas de algunos árboles ceden a la fuerza del agua y el viento se las lleva.

Continúo lavando los utensilios utilizados en el almuerzo, en un ruido para nada acogedor, como si el mundo estuviera en silencio y cualquier sonido fuera producto de mi imaginación. No es así, tras tanto tiempo complementando mi vida con los vicios, por primera vez hay una presencia más a mi lado... Una un poco ausente.

—En el estado de California una mujer asesinó a su esposo tras descubrir una presunta infidelidad por parte del último con su, al parecer, mejor amiga.

Las noticias son un tormento cruel, una pequeña voz que lejos de ser justa suele ser aun peor que lo que divulga. Es un veneno.

—¿Emili? — llamo a aquella niña, es bastante silenciosa—¿Emili, me escuchas? —repito.

Golpea la mesita decorativa de la sala.

Ella no habla, incluso puedo asegurar que hace su respiración más lenta y suave para no ser una molestia, para no hacer ruido y no existir. Ella se está ahogando en sus recuerdos y no dice nada al respecto.

—¿Podrías cambiar el canal?

Obedece.

Es como un contenedor vacío, simplemente sigue órdenes y mira un punto fijo sin hacer algo aparte de parpadear. No comprende las noticias y se le dificulta el inglés, al fin de cuentas ella no es de esta parte del mundo.

Es todo un enigma.

La pequeña niña que tomó su propia justicia y quién al verme adivinó mi nombre, mi idioma natal y se implementó en mi vida sin ningún inconveniente. Pueda que ahora no hable, pero antes ella era más expresiva que esto.

Al terminar me acerco a la sala.

Decidí pasar unas vacaciones junto a ella para mejorar nuestra relación, desde que la he acogido no hemos podido hablar mucho, en vez de ayudarla he empeorado su desconfianza, además de eso no es como si hubiéramos comenzado con el pie derecho.

Ella y yo somos parecidas.

Debo de admitir que mi fuerte no es la paciencia; ella la explota cuando no hace nada más que mirar y caminar con desgano.

Las caricaturas de moda se reflejan en el televisor, Emili las mira sin ningún agrado, sentada en el sofá, tomando de sus piernas y tratando de ocultar su rostro. Sus ojos están vacíos y su cuerpo es un deshecho humano.

¿En qué lugar abandonó su alma? No puedo asegurar si fue antes o después de aquel burdel.

Una escena cómica se da lugar, es inevitable burlarse ante aquellas ocurrencias, pero ella sigue igual. No obstante, ella me observa con un pequeño brillo de curiosidad y regresa nuevamente a su estado.

¿Ella ha reaccionado?

—Emili, — la llamo— mírame— hago una cara extraña y ella frunce el ceño un poco.

Me río ante mi estupidez y hago que mantenga la mirada, curiosa, con un toque de vida, un pequeño brillo que lentamente se desvanece.

Truena de manera imprevista y se corta la electricidad, ninguna luz está presente y en parte el horario de las cinco cercano a las seis de la tarde hace del lugar un tenebroso escenario de película, ella no reacciona, sigue vacía y contrario a mi idea de que va a gritar, ella prefiere sonreír, aunque sea un poco.

Asesinatos [Bloody Painter] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora