AGÁRRALAS COMO PUEDAS

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—¿Gd? ¿Dónde estás? —Entró a su despacho, pero nadie respondió. El sonido de la puerta cerrarse tras ella la sobresaltó, más bien al apreciar una figura masculina que conocía perfectamente—. ¿Daesung? ¿Qué haces tú aquí? ¿Dónde está Gd? —preguntó algo nerviosa, y es que ya estaba captando aquellas miradas morbosas, acompañadas de tocamientos en el bulto que se estaba formando en su entrepierna.

—Ha salido a cerrar un trato. Digamos que tardará un buen tiempo en volver... —respondió este con naturalidad mientras se acercaba a ella, reacia a su presencia—. ¿Por qué te alejas, Jennie? ¿Me temes? —cuestionó actuando esa falsa ingenuidad en su tono.

La muchacha nada más retrocedía hasta dar con la que en ese momento se habría convertido en su peor enemiga, la pared.

—No, solo que pensé que Gd me había mandado a buscar y me he sorprendido un poco al verte aquí —contestó intentando disimular el terror en su voz.

Desde que la vio siendo prácticamente una niña, ese hombre la había estado observando de esa manera que nunca le gustó para nada.

—Pues se habrán equivocado. Qué pena, ¿verdad?

—Sí, sí. Bueno, entonces si no está yo me voy a ir —Se dirigió a abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave.

Al darse la vuelta, estaba encañonándola a su sien junto a una sonrisa en el rostro demoníaco que adquirió el hombre en un instante.

—Acompáñame.

Ella asintió automáticamente. Presentía lo que aquel hombre querría de ella, pero lamentablemente y aunque se le había pasado más de una vez por la cabeza morir, no quería hacerlo en ese infierno.

La llevó hasta un cuarto que parecía ser el suyo y la obligó a pasar, la pistola apuntando su espalda, encargándose él mismo de cerrar su puerta con llave.

—Quítate la ropa —ordenó en un tono suave.

—Daesung, esto no... —él la interrumpió.

—¡Quítatela te dije! —gritó este apuntándola de nuevo desde donde estaba.

—No creo que a Gd le agrade enterarse de esto, ¿sabes? —advirtió intentando no sucumbir a sus amenazas.

—Tranquila, él no tiene por qué enterarse, Jennie.

Sencillamente repugnante. Jamás había escuchado su nombre pronunciarse de forma tan asquerosa como lo hacía ese tipejo. Comenzó a acercarse a ella lentamente, esta retrocediendo hasta llegar de nuevo a aquella enemiga que ahora estaba pintada de negro, la pared.

—¡Ni te atrevas a ponerme un puto dedo encima! O... —Una fuerte bofetada la cortó en seco.

—¿O qué? ¿Se lo vas a decir al estúpido de mi hermano? —dijo riéndose de ella. Esta asintió con la mano aún en la mejilla adolorida y enrojecida por el fuerte golpe—. No, no lo harás a no ser que quieras que a tu amiguita le ocurra algo malo.

—¡No, por favor! —rogó esta.

—Entonces vas a ser una chica obediente, ¿verdad?

Esta bajo la cabeza asintiendo y escuchando la espantosa risa victoriosa que soltaba este.



[...]

—Que hermosa es... —murmuró Lisa con una sonrisita embelesada, admirando el cuerpo de su pareja bajo el edredón.

La mayor se movió dejando sus brazos cerca de la cabeza, dejando ver una cicatriz que tenía en la muñeca perpendicular a las venas que atravesaban.

«¿Se habría intentado quitar la vida?». Fue lo primero que pensó mientras le acariciaba suavemente la cicatriz.

Sólo TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora