Sé que nunca leerás esto, sé que no significaré nada, que sólo fui una visita inesperada, esa chica a la que saludaste desde la acera de en frente que te miró y sonrió como si nunca lo hubiera hecho.
No sé, quizás escribo esto a las tantas de la madrugada por despecho, por no empaparle la cara a la inercia, porque me robaste las sonrisas más bonitas y sinceras del mundo cuando por primera vez te ví.
Sentí un escalofrío, quizá sólo fue la brisa del viento al acariciar mi piel, quizás fueran imaginaciones mías.
El destino quiso que nos volviésemos a ver, que las dudas me hiciesen replantearme el escalofrío que sentí aquel día.
Una excusa para darme tu número y mientras notabas mi nerviosismo, sonreías. Decidimos vernos, no sé tan siquiera que viste en mí.
Me esperaste en frente de un hotel el cual no recuerdo, pero hay algo de lo que sí me acuerdo bien, tu nombre, que al pronunciarlo me recordaba al mar, a ese día de playa que aún no hemos pasado juntas, que espero que el tiempo me dé, que sea uno de los mejores momentos a tu lado que dentro de unos meses olvidarás.
Eres las letras que se plasmaron en mi cuaderno, que no tienen título porque el único que le vale eres tú, junto con cada centímetro de tu cuerpo, junto con tu nombre.
Poco a poco me doy cuenta de que yo no tenía título hasta que me lo tatuaste en la piel, a base de besos en la clavícula y mordiscos en la nuca.
Y mientras escribo esto, me ha llegado un mensaje tuyo, será que soy demasiado romántica y queda una pequeña parte de mí que cree en los cuentos de hadas, pero sé que tendré que hacerme a la idea de que esto es pasajero, que al final el tiempo acaba con todos los momentos bonitos, pero los nuestros quedaron escritos en mi cuaderno, por si te vuelvo a ver.