He estado pensando en aquel mes de agosto, no sabes el miedo que me ha dado el hecho de haber imaginado que no volvería a escuchar el sonido de las olas mientras se fundían con tu voz.
Era yo la que me rompía como un mar enfurecido contra las rocas de tus dientes cuando empezabas a pronunciar las palabras de nuestra despedida. Que no sé si en ese instante me estaban tragando a mí los tsunamis que se creaban en mi garganta.
Quizás fue irremediable perder la lucha por no mojarme en esta tormenta con un paraguas agujereado por los recuerdos. Pero llega el invierno, y con él las noches de tequila, de frío que se cuela entre los huesos, de caricias que no son dadas y tardes asomada a mi terraza.
Sólo me queda pensar que es este frío tus caricias por mi cuello, que con tus manos cuando hablas creas corrientes de aire y que me las traes para que de algún modo pueda notarte.