Más suave que los pétalos de las rosas que te regalé, tu piel, que de tanto acariciartela no he podido volver a tocar nada más, todo me resulta demasiado áspero y punzante incluso al sólo rozar mi piel.
Me he vuelto sensible al tacto y tengo que llevar guantes a todas horas, porque se me están llenando las manos de heridas y se agrietan como el hielo cuando le clavan estacas y lanzas para abrirse paso entre él.
Y sé que de momento no te quieres abrir camino entre mis entrañas, ni romperme en láminas de hielo, por muy bonito que se vea a contraluz. Ten cuidado, mi vida, que están afiladas y no quiero que te cortes con mis pedazos.
Mi corazón se ha quedado atrapado al tuyo como las enredaderas entre los barrotes de tu balcón, y va cogiendo tu forma, y cada vez se le hará más difícil volver a la suya.