Vacaciones en Haraiami ¡Salvenme!

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Al día siguiente a esa un poco incomoda noche, donde ninguno de los miembros de la casa se habían dado cuenta que los chicos habían dormido en la misma habitación, ambos estaban saliendo de su casa para ir a visitar a Marco. No sin antes pasar por una chocolatería y comprar unos deliciosos chocolates blanco para el joven enfermo. Idea de Miguel.

Lo conocí en una convención de robots en México. La Universidad nos llevó allá para que conociéramos su cultura. Yo quedé fascinado por el idioma y sus costumbres. Apenas tenía 19 años —le comentó Hiro mientras esperaban cruzar la avenida, contándole como conoció al moreno.

Recuerdo el día en que Marco estaba tan loco por ir a ese evento —sonrió melancólico— Le pidió dinero a Mamá Coco, Imelda, Héctor, trabajó muy duro en la zapatería y volvía a altas horas de la noche trabajando en la librería del pueblo... Es un ejemplo a seguir.

Hiro solo sonrió por que aquello era cierto, Marco era y es una gran persona. Perseverante era el mejor adjetivo.

Yo pensé que eran novios —comenta Hiro al cabo de un rato.

¿Que? —voltea a verlo con una cara de asco— ¡Yo no saldría con un tipo con él!

Hiro se quedó como el meme del negro confundido.

Acabas de hablar bien de él —respondió con una risa al cambio de opinión del moreno.

Si, pero... no se... él es muy raro. Somos hermanos, aunque sea mi primo.

¿Y por que tienen diferentes apellidos?

Larga historia.

Estaban cada vez más cerca de la casa del genio mexicano y gracias al nipón, Miguel pudo aprender más sobre las calles y como evitar perderse en una gran ciudad como lo es San Fransokyo.

Por cierto, ¿Como es que tienes tantos piercings? —pregunta Hiro con un poco de vergüenza a la vez que se conocieron de manera poco común— ¿Te dolieron? Siempre quise hacerme uno.

¿Mh? —toca sus orejas inconsciente, las cuales eran tapadas por el cabello del mismo— Me hago un piercing por cada desastre que sucede en vida. Duele mucho menos que el desastre, en mi parecer —dice al fin, era su estilo de vida.

El mayor asintió y se sintió aún más curioso por aquella creencia que tenía el joven mexicano. Hiro nunca había oído hablar de algo así de alguien o de Marco, pensando que sea una cultura de familia o tal vez mexicana.

Aquí es —subió el nipón las escaleras de un edificio alto y gris— Hola, Barry —saludó al portero

—¿Como estas, Hiro? Buenos Días —saludó con una gran sonrisa— ¡Por cierto, estuviste excelente en la TV ayer! ¿Asalto de criminales? ¡Bah! ¡Pan comido para los Grandes Héroes!

—Shh —le tapó la boca a Barry, volteando a ver a Miguel, quien no le había prestado atención— ¿Que te he dicho de hablar sobre esto en público? —le susurró con molestia.

—Lo chento Giro... —intentó pronunciar con la mano en su boca.

—Él es Miguel, no habla japonés —quitó su mano de la boca del portero y señaló al chico de piel morena.

—¿Que hay? —dijo Barry levantando su cuello como una iguana.

Hola—imitó su acto.

Barry era un joven chico de aproximadamente unos 26 años, tenía el cabello largo como Fred y de color amarillo tirando a naranja, era flaco y con muchas espinillas en la cara. Tenía cara de que aún vivía con su mamá, y según la cultura de este país; eso era para gente poco trabajadora y floja. Aunque eso poco le importaba poco a la familia Hamada. Los hermanos eran un claro ejemplo de eso.

Al final del muelle -Higuel-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora