EPÍLOGO (parte 1)
Aquella maloliente y putrefacta ciudad le parecía tan fría, hace muchos años atrás solía gustarle, las calles que ahora recorría con tanto fastidio le repudiaban, en otros tiempos solía sentirse el puto amo del universo, ahora era nadie, era nada.
Comenzaba a hacer frío, el invierno pegaría fuerte ese año, según decían las noticias, las cuales rara vez escuchaba, estaba hecho un guiñapo desapercibido, si moría cualquier día seguramente nadie se daría cuenta, o casi nadie, su presa, el hombre al que aún mantenía cautivo, botín de su incurable egoísmo, quizás él si lo notaría y podría ser libre por fin, pero no lo permitiría, si por algo se mantenía vivo era precisamente debido a él.
Metió las manos a los bolsillos de su pantalón luego de calentarlas con el vaho de su respiración, continuó caminando como si nada. Al pasar por una panadería se detuvo frente al estante, dentro de su bolso percibió algunas monedas y las agarró, extrajo y contó el dinero, sonrió al darse cuenta que alcanzaba a comprar uno o dos.
El último sueldo que percibió fue hace más de un mes y la mayor parte lo gastó en cigarros y alcohol. La comida que compraba principalmente era para alguien más, no le importaba alimentarse mal, mientras el otro estuviera bien, ajeno a la cada vez más horrible realidad que se les presentaba.
Perdió lo poco que le quedaba, incluyendo la gran casa de su abuela, una inversión mal hecha y pagó las consecuencias. Ni siquiera esperó a que le embargaran los del banco, huyó antes que se dieran cuenta la clase de sitio que era aquel, abandonó el trabajo que tenía como prostituto, llevándose con él dinero que no le pertenecía, escondiéndose de su antiguo jefe.
Ahora vivía casi en una pocilga, un lugar que rentaba, su casera, una mujer sin escrúpulos y dedicada a la venta de droga de menudeo hizo oídos sordos y ojos ciegos cuando le pidió el sitio, acompañado de un chico raro, drogado con quien sabe qué para dormirlo, amarrado como animal. Aquel viejo edificio sin ley era el lugar perfecto para esconderlo.
— ¿Va a llevar algo? —preguntó el encargado de la panadería al notarlo sospechoso, paseándose por los estantes. Debido a su aspecto no parecía de confiar
— Sí —respondió con el orgullo herido, mirándolo rencorosamente, el dependiente de la tienda se quedó quieto observándolo
Yoochun eligió dos panes de los más baratos y aventó el dinero despectivamente sobre la caja, llevándose su compra en las manos, sin siquiera pedir una bolsa. El hombre ya no dijo nada y lo dejó ir tranquilamente.
Llegó al inmueble y atravesó el umbral, donde dos drogadictos le pidieron dinero, él los ignoró y caminó rumbo al quinto y último piso, donde habitaba, subió las sucias escaleras y al llegar se topó con una vecina de dos puertas distantes a la suya, como siempre ella lo miró con deseo, acercándose hacia él
— Hola encanto —saludó con voz sensual, pasándole las manos por los hombros, era mucho más joven que él, pero lucía acabada
— Aléjate —dijo de forma desdeñosa, ella rio como si le hubiese dicho algo bonito, solamente lo soltó pero no dejó de mirarlo
— Solo actúas así cuando tuviste un mal día —sonrió con burla— En fin, si necesitas ya sabes qué, ven a buscarme —guiñó un ojo y se alejó
— Maldita zorra —pensó molesto, sacó la llave que abría su departamento y al entrar prendió la luz, cerró y caminó hacia la habitación, la puerta estaba cerrada como siempre, al abrirla lo vio ahí, tirado en el suelo
Al ver entrar a su captor, Junsu mostró una mirada de furia pero no se movió, todo su cuerpo estaba endeble, producto de la sustancia que lo mantuvo dormitando durante horas y cuyo efecto no pasaba del todo, su mano estirada hacia arriba, estaba amarrada de la muñeca por un grillete y el final de la cadena que unía a este, sujeta a la cabecera de la cama.

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INSANO
FanfictionJunsu no podía creer que aún después de todo ese tiempo de humillaciones por parte de sus dos mejores amigos él no se hubiera vuelto completamente loco, desquiciado; en cambio se sentía renovado, en una nueva piel