15: Cocinando.

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Todoroki tenía una afición.

Además de ser héroe, tenía otra razón de vivir que lo llenaba de gozo y placer, embriagando al bicolor con una alegría que, para su sorpresa, casi chillaba de la felicidad que sentía en ese mismísimo momento que probaba esos manjares de la vida.

Su gran afición eran los chocolates de todo tipo.

Fresa, vainilla, menta, nuez, almendra, naranja, frutos del bosque, chocolate blanco, amargo, caramelo, frutilla, moras, plátano, limón... Tantas riquísimas opciones que le hacían chuparse los dedos.

Sin embargo, había un tipo que resaltaba de todos.

La deliciosa Trufa.

Por ese sabor tan deleite, es que estaba teniendo ese "pequeño" problemilla.

—¿Cómo que no quedan? Estoy seguro que reservé cinco paquetes llenos —interrogó frustrado a la vendedora de cabellos negruzcos, la cual lo miraba nerviosa por el par de ojos heterocromáticos que la analizaban intensamente.

Ella sabía que el chico deseaba con fervor esos chocolates.

¿Por qué?

Venía tres veces a la semana, ella se sorprendía por la rapidez de comerse quince paquetes de diferentes sabores cada uno, aunque siempre le guardaba el de trufa por petición del chico.

Tenía cierta envidia de que tragara tanto y no engorde ni un poco. Es decir, mirando la figura bastante delgada y con algunos músculos marcados —e incluso unas ligeras curvas que lo hacían ver más delicado—, era imposible que se comiera quince paquetes de tamaño grande a la semana.

—E-es que... Dos jóvenes vinieron y se llevaron treinta cajas de trufa —respondió algo incómoda peinando unos mechones de su cabello por la penetrante mirada del chico—, les dije que solo se podían llevar veinticinco, pero vieron la caja y preguntaron por ella. Cuando les dije que estaba reservada y que no podían llevar más de diez, el chico de cabello azul y varios piercings con quemaduras, me miró mal —explicó desviando la mirada y jugando con sus dedos para no tartamudear debido a los recuerdos de esos dos chicos bastantes perturbadores—... ¡Eran intimidantes! Además, el chico de al lado traía una mano en la cara, y, daban miedo. Al final, les debí dar la última caja, y me pagaron más por dárselas... ¿No es grandioso? —la chica rápidamente se calló al darse cuenta que estaba hablando con el hijo de Endeavor, el cual tenía una muy extraña afición por los chocolates.

—... Dame veinte de menta —pronunció resignado a comer de otro sabor, además de que se prometió a sí mismo que iba a vengar a sus cinco paquetes de trufa.

—¡Claro! —volvió a su estado de emoción, recibiendo su paga, entregándole las cajas y viendo como se retiraba molesto por la puerta. No entendía porqué ese chico le atraía a las chicas.

Sí el pelirrojo del festival deportivo estaba más bueno.

Suspiró dejando sus pensamientos impuros de lado, sacando rellenos de chocolates con diferentes sabores para completar su último pedido y su jornada.

Mientras, un joven bicolor estaba rumbo a la academia entreteniendose con pequeñas piedritas que encontraba en la calle. Estaba ardiendo en cólera, porque, ¿quién de todo el maldito mundo se atrevía a quitarle sus chocolates? Él necesitaba sus trufas para vivir, saborear y derretir con su lengua las bolitas de chocolates que contenían una bolita aún más pequeña de trufa, delinear la forma con su lengua. Y en algunas ocasiones, mordisquear y partir en dos las pequeñas bolitas cafés.

50 Días de OTP |ᴄᴀɴᴄᴇʟᴀᴅᴏ|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora