Bitter.

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Finn

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Finn.

Suspiré con cansancio. Mi cuerpo pedía a gritos una cama cómoda y algo de comida. Tragué con dificultad algo de saliva. También necesitaba agua. Oh, y una ducha. Apestaba a camerino y patatas fritas.

El rodaje de la película iba de maravilla. La dirección me había dado unos días de descanso. Supongo que no les servía un actor enfermo y cansado. Suspiré otra vez.

Aleja esos pensamientos. No volverás a terapia.

Sí, el señor Hemings era un idiota. Podía ser terapeuta, pero como persona era basura. No volvería a su consulta, se lo había prometido a mamá.

Debía recuperarme.

Empujé la puerta de vidrio. Mis manos estaban temblando ligeramente, y las puntas de mis dedos eran teñidas de rojo. La piel estaba seca y dolía con el impacto del aire gélido.  Introduje mis manos en los bolsillos de mi chaqueta y el dolor se apaciguó un poco. Vancouver era un cubo de hielo en diciembre.

No alcancé a avanzar ni unos metros cuando divisé mi transporte. Fred me seguía en el auto, a poca velocidad. Me hizo un gesto con la cabeza, para que me subiera. Me acerqué al lado del copiloto. Él bajó la ventana.

–Gracias Fred, pero quiero caminar un poco.– sonreí sin muchas ganas, observando el interior del auto. Si lo miraba a los ojos era probable que descubriera que estaba triste. Hizo una mueca de desagrado.

–Se encuentra bien, señor Finn?- dijo él, a lo que fruncí el ceño levemente. Ya le había dicho que podía llamarme Finn, sin formalidades.

–Sí, sólo un poco cansado. Caminaré un poco y luego me iré a casa.– pronuncié, con la voz ronca y unos deseos inmensos de entrar en calor nuevamente.

–¿Gusta que lo lleve a casa luego?– ladeó la cabeza, mientras una sonrisa pequeña nacía en sus labios. Lo observé un momento, sabiendo que se estaba esforzando en hacerme sentir mejor. Fred no era un hombre muy expresivo; se limitaba a ser profesional y a desempeñar lo mejor posible su trabajo. Pero por alguna razón en el año que llevaba trabajando con nosotros, se había ablandado. Si yo lucía triste, él sonreía. Sino, se mantenía serio.

–Gracias Fred, te llamaré.– me impulsé con las palmas para alejarme de la superficie escarchada del auto, con algo de miedo pues por un momento pensé que mi piel se quedaría pegada. Fred asintió, y yo también, comenzando así a caminar por la avenida principal.

Mientras caminaba acomodé el gorro de lana sobre mi cabeza, ocultando lo más posible de mi frente y cejas, subí la bufanda del mismo material hasta mi nariz, y abroché el cierre de mi chaqueta. No quería agarrar otro resfriado, era horrible.

De pronto, como solía ocurrir, comencé a imaginar qué diría Sadie si me viera usando bufandas y gorros de lana. La última vez eso no salió muy bien. Me gané un sermón sobre los animales, el efecto invernadero y la crueldad. Ah, un golpe también, y un...

ᴄᴏғғᴇᴇ ♡ ғɪɴɴ ᴡᴏʟғʜᴀʀᴅDonde viven las historias. Descúbrelo ahora